El auge de los robots aburridos de IA

El trabajo rutinario automatizado manejado por estos robots se realiza en todas partes.

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Por Andrew Hill

Me da vergüenza admitir que cuando me ofrecieron recientemente una demostración de un robot que "ayuda a los equipos a abordar y mejorar los problemas interpersonales difíciles", malinterpreté el argumento de venta. Yo esperaba que fuera un autómata de acero y silicio, programado con lo último en jerga de gestión y listo para liderar a los colegas en los ejercicios para fomentar el espíritu de equipo durante nuestra próxima reunión estratégica fuera de la oficina.

Ilusiones mías. Él, o ella, no es nada de eso. CoachBot, utilizado por Unilever y el Servicio Nacional de Salud del Reino Unido, es un instructor virtual. Por ahora, al menos, hace el trabajo básico de interrogar a los miembros del equipo en relación con sus retos y con su estilo de trabajo, e invita a los usuarios a emplear a instructores humanos cuando sea necesario.

En realidad, los robots reales — a menudo presentados en conferencias para agregar un poco del ‘factor sorpresa’ tecnológico a las mismas viejas discusiones de panel humanas — son más bien decepcionantes. La mayoría se comportan como niños asociales. Cuando se espera que hablen, callan; cuando los adultos que invariablemente tienen que acompañarlos les piden que hablen, profieren comentarios inoportunos.

Tal vez me he estado reuniendo con los robots equivocados. Pero sospecho que mi experiencia refleja una verdad más profunda. Mientras temblamos ante la posibilidad de que las máquinas autodidactas dominen el mundo, la verdadera revolución robótica se está produciendo en los aburridos rincones de la vida laboral: en lo mundano y no en lo singular.

Tomemos el ejemplo de mi peluquero. Él está teniendo dificultades para contratar a un aprendiz. Si sólo pudieras reclutar a un robot, le sugerí recientemente. Sus ojos se tornaron algo soñadores por un segundo. "No puedo esperar a que suceda. Compraría tres de ellos, los echaría a andar al comienzo del día y volvería a verlos al final. De hecho", se entusiasmó, como el capitalista que es, "¡pudiera tenerlos trabajando toda la noche!".

En realidad, sin embargo, yo sospecho que la aplicación más útil de la inteligencia artificial (IA) en el salón no es tener un cíborg con manos de tijera, sangrientamente aprendiendo, como la máquina que es, las aptitudes básicas de la peluquería. Más bien, la clave para la futura comodidad de mi peluquero es tener un infatigable androide al estilo de la aspiradora Roomba, barriendo y llevando café, mientras los peluqueros humanos aplican su diestra magia en mi cuero cabelludo.

Por fin he llegado al primer lugar de una larga cola para emplear a "Amy Ingram" como mi asistente personal impulsada por IA. Amy, desarrollada por una empresa con sede en Nueva York llamada x.ai, se especializa en concertar reuniones y citas. (Yo hubiera elegido la versión masculina, "Andrew", pero eso hubiera sido confuso). Hasta ahora, su único "error" se debió a un error humano. Un colega supuestamente experto en tecnología que se quejó de mi falta de asistencia a una reunión descubrió que había abandonado su respuesta a la invitación de Amy en su carpeta de correo electrónico de "Borradores".

Cuando comienzas a buscarlos, encuentras robots aburridos por doquier.

Las cuatro principales firmas auditoras están experimentando con innovadoras herramientas que señalan anomalías en las cuentas de compañías. JPMorgan las está utilizando para revisar los acuerdos de préstamos comerciales con el fin de hallar errores.

Los programas de mantenimiento predictivo, vinculados a sensores en turbinas, en excavadoras mecánicas o en ascensores, están funcionando cada vez mejor en determinar cuándo los equipos fabricados por compañías como Siemens, Caterpillar o ThyssenKrupp van a dejar de funcionar. LexxNexis de RELX programa a un minero de datos llamado Lex Machina para buscar a través de montones de litigios comerciales y detectar qué jueces tienen más probabilidades de emitir un fallo a su favor. En mi ejemplo favorito, John Deere, el fabricante de tractores, acaba de comprar una empresa "startup" que envía máquinas equipadas con cámaras para detectar las malas hierbas y rociarlas con herbicidas con más precisión.

Mi analogía con los niños pequeños es pertinente. Al pedírsele una explicación de la IA del tamaño de un tuit, Tabitha Goldstaub, la cofundadora de CognitionX, una compañía que busca explicar la tecnología, respondió: "Máquinas aprendiendo tal y como lo hacen los niños".

Así es que estos robots bebés se volverán más inteligentes. Tom Marsden, el director ejecutivo de Saberr, la compañía creadora de CoachBot, reconoce que por ahora la herramienta es "más sobre la experiencia del usuario que sobre la inteligencia artificial". Con el tiempo, el robot recopilará más datos y se adaptará. Aun así, él anticipa que los instructores humanos seguirán trabajando con CoachBot, el cual es particularmente bueno en llevar a cabo importantes tareas de seguimiento, tales como incentivar al personal a que aplique lecciones que puede haber aprendido de una sesión en persona.

Del mismo modo, los guardianes de Amy y de Andrew no tienen ambiciones de robarse los empleos de los asistentes ejecutivos. Los humanos tendrán tiempo para dedicar a labores más interesantes, según dicen; o para aplicar el instinto, aún por ser replicado, de diferenciar entre una solicitud rutinaria para reunirse con el director ejecutivo y una emergencia.

"No nos presten atención, estamos aquí para ayudar" pudiera ser sólo una línea repetida por los fabricantes de robots, incluso mientras que alimentan sus ambiciones de dominar el mundo.

Pero a mí no me cabe duda de que, durante un tiempo, los avances de la IA realmente importantes en el campo laboral serán realizados por humanos brillantes, empáticos o altamente capacitados trabajando junto a máquinas increíblemente diligentes, pero extremadamente aburridas.

©The Financial Times Ltd, 2014. Todos los derechos reservados. Este contenido no debe ser copiado, redistribuido o modificado de manera alguna.

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