Orígenes económicos de la oleada populista

La desigualdad y el desempleo alimentarán y sustentarán la ola de ira de los votantes.

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Por Martin Wolf

¿Por qué ha aumentado el atractivo de las ideas populistas en los países occidentales? ¿Es éste un fenómeno temporal? A raíz del Brexit y de la elección de Donald Trump, el colapso del apoyo en Francia de los partidos políticos establecidos y del ascenso del Movimiento Cinco Estrellas en Italia, sin mencionar el aumento repentino del populismo autoritario en Europa Central y Oriental, éstas son preguntas importantes.

¿Qué es, en primer lugar, un populista? La característica perdurable del populismo es su división del mundo en un pueblo virtuoso, por un lado, y unas élites corruptas y amenazantes individuos fuera del sistema, por el otro. Los populistas desconfían de las instituciones, particularmente de aquellas que limitan la "voluntad del pueblo", como los tribunales, los medios de comunicación independientes, la burocracia y las normas fiscales o monetarias. Los populistas rechazan a los expertos acreditados. También desconfían de los mercados libres y del libre comercio.

Los populistas de derecha creen que ciertas etnias son "el pueblo" e identifican a los extranjeros como el enemigo. Son nacionalistas económicos y apoyan los valores sociales tradicionales. A menudo depositan su confianza en líderes carismáticos. Los populistas de izquierda identifican a los trabajadores como "el pueblo" y a los ricos como el enemigo. Ellos también creen en el patrimonio estatal de la propiedad. ¿Por qué se han vuelto estos conjuntos de ideas más poderosos? Ronald Inglehart, de la Universidad de Michigan, y Pippa Norris, de la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de la Universidad de Harvard, argumentan que la reacción de los hombres de raza blanca, de mayor edad y de menor educación en contra del cambio cultural, incluyendo la inmigración, representa una mejor explicación del auge del populismo que la inseguridad económica.

Esto es parte de la verdad, pero no toda la verdad. Los fenómenos económicos y culturales están interrelacionados. Este estudio considera la inmigración como un cambio cultural. Sin embargo, también puede razonablemente considerarse un cambio económico. Incluso más importante, el estudio no pregunta qué ha cambiado recientemente. La respuesta es la crisis financiera y los consiguientes choques económicos. Éstos no sólo acarrearon enormes costos. También dañaron la confianza en — y por ende la legitimidad de — las élites financieras y legisladoras de políticas. Estos emperadores resultaron estar desnudos.

Ésta, sugiero, es la razón por la que el Sr. Trump es presidente de EEUU y por la que los británicos eligieron el Brexit. El cambio cultural y el declive económico de las clases trabajadoras aumentaron el descontento. Pero la crisis financiera le abrió la puerta a una oleada populista.

Para evaluar esto, he acumulado indicadores de cambio económico a largo plazo y de la crisis, para las economías líderes del Grupo de los 7 (G7), más España. Los indicadores a más largo plazo incluyen la pérdida de empleos en la industria manufacturera, la globalización de las cadenas de suministro, la inmigración, la desigualdad, el desempleo y la participación en la fuerza laboral. Los indicadores de los desarrollos posteriores a la crisis incluyen el desempleo, la austeridad fiscal, los ingresos reales per cápita y el crédito del sector privado.

Las cuatro economías más perjudicadas a largo plazo fueron (en orden) la de Italia, la de España, la del Reino Unido y la de EEUU. Después de la crisis, las más perjudicadas fueron la de España, la de EEUU, la de Italia y la del Reino Unido. La de Alemania fue la menos afectada por la crisis, con Canadá y Japón cerca de ella.

No es de extrañar, entonces, que Canadá, Alemania y Japón hayan permanecido en gran medida inmunes al auge poscrisis del populismo, mientras que EEUU, el Reino Unido, Italia y España lo han sido menos, aunque los dos últimos lo hayan contenido con relativo éxito.

Por consiguiente, el aumento del populismo es comprensible. Pero también es peligroso, a menudo incluso para sus partidarios. Tal y como lo señala un reciente informe del Grupo Consultivo Económico Europeo (EEAG, por sus siglas en inglés), el populismo puede conducir a políticas extremadamente irresponsables. El impacto de Hugo Chávez en Venezuela es un aleccionador ejemplo. En el peor de los casos, puede destruir instituciones independientes, socavar la paz civil, promover la xenofobia y conducir a la dictadura. Una democracia estable es incompatible con la creencia de que los conciudadanos son "enemigos del pueblo". Debemos reconocer y abordar la ira que ocasiona el populismo. Pero el populismo es un enemigo de un buen gobierno e incluso de la democracia.

Podemos contarnos una reconfortante historia sobre el futuro. La agitación política que se está experimentando en una serie de grandes democracias occidentales es, en parte, otro legado de la crisis financiera. A medida que las economías se recuperen y el choque disminuya, puede que la rabia y la desesperación que ocasionaron también desaparezcan. A medida que pase el tiempo, tal vez retorne la confianza en las instituciones esenciales para el funcionamiento de las democracias, como las legislaturas, las burocracias, los tribunales, la prensa e incluso los políticos. Posiblemente hasta los banqueros se vuelvan populares.

Sin embargo, este optimismo se enfrenta a dos grandes obstáculos. El primero es que los resultados de las insensateces políticas pasadas todavía están por desarrollarse. El divorcio del Reino Unido de la Unión Europea (UE) sigue siendo un proceso con resultados insondables. También lo es la elección del presidente Trump. El final del liderazgo de EEUU es un evento potencialmente devastador.

El segundo es que algunas de las fuentes de fragilidad, culturales y económicas, a largo plazo — incluyendo la pronunciada desigualdad y la baja participación en la fuerza laboral por parte de los trabajadores en edad de máximo rendimiento en EEUU — todavía están presentes en la actualidad. Del mismo modo, continúan las presiones para una inmigración sostenida y elevada. No menos importante, es la probabilidad de que también aumenten las presiones fiscales provocadas por el envejecimiento. Por todas estas razones, es extremadamente posible que la ola de la ira populista se mantenga.

De ser así, quienes desean oponerse a la creciente oleada del populismo tienen que enfrentarse a sus simplificaciones y mentiras, como lo hizo Emmanuel Macron en Francia. Como él bien lo comprende, también hay que abordar directamente las preocupaciones que la explican. Las ansiedades culturales son relativamente inmunes a las políticas, excepto sobre la inmigración. Pero las ansiedades económicas pueden y deben ser abordadas. Por supuesto, los políticos también pueden hacer lo contrario. Eso es lo que está sucediendo en EEUU. Eso no acabará con la oleada populista, sino que la promoverá. Sin duda alguna, ésta es la intención.

©The Financial Times Ltd, 2014. Todos los derechos reservados. Este contenido no debe ser copiado, redistribuido o modificado de manera alguna.

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