Entre los pasillos del mercado y el ir y venir de los compradores se encuentra el Centro Cultural Tereré Literario, un espacio donde no solo se venden remedios para el tereré, sino que también se enseña sobre él. Su dueño, Javier Torres, creció inmerso en ese ambiente desde muy pequeño, al formar parte de una familia que desde hace generaciones se dedica a este rubro.
En 2020, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), aprobó la inscripción de las prácticas y los conocimientos tradicionales relacionados con esta bebida ancestral guaraní en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
“Todo lo que sé, lo aprendí de mi abuela y de mi mamá”, cuenta Javier. Para él, el tereré fue mucho más que un trabajo: fue el sustento que permitió que él y sus hermanos pudieran estudiar y salir adelante. “Le debemos mucho al tereré. Gracias a esto seguimos trabajando y también estudiando. Es un rubro rentable si se trabaja bien y, sobre todo, con respeto por la tradición”, afirmó.
Javier explicó que el consumo de tereré aumenta notablemente durante los meses de verano, especialmente entre diciembre y febrero. Sin embargo, el calor extremo también trae desafíos y deja en evidencia que detrás de cada jarra de tereré hay un trabajo silencioso de familias enteras: recolectores, vendedores, productores de hielo y de yerba mate.
En el mismo recorrido, Noelia, vendedora de yuyos desde hace seis años y heredera del oficio de su abuela, confirmó que el verano es la temporada fuerte. “La menta no puede faltar, es lo que más se lleva”, aseguró. Junto a ella, el burrito, la zarzaparrilla, el kapi’i kati y el mbokaja’i forman parte de las combinaciones más elegidas para refrescar y aliviar el cuerpo.
Para Noelia, la clave está en saber combinar. “La gente mezcla, por ejemplo, menta con kapi’i kati o Santa Lucía. Eso ayuda mucho a aguantar el calor”, explicó. Y cuando llegan las fiestas de fin de año, el tereré también cumple otra función: aliviar los excesos. Para esos días, recomendó verbena y ajenjo para limpiar el estómago y volver al equilibrio después de las comidas abundantes.
Más allá del sabor, muchos de los yuyos se eligen por sus propiedades diuréticas y digestivas. Javier señaló que el paraguayo cree firmemente que el tereré ayuda después del karu vai. “Creemos que nos ayuda a diluir la grasa, es parte de la creencia cultural. Pero su función es aliviar”, opinó.
En el Tereré Literario incluso existe una especie de carta del tereré, con combinaciones pensadas para distintos momentos: el tereré yorador, el karu vai o el py’a hai, cada uno con yuyos específicos y un propósito distinto. “No es mezclar nomás. Hay que saber qué yerba usar y qué yuyo poner”, explica Javier.
Ambos coinciden en que, a pesar de los cambios en las formas de consumo y de la aparición de nuevas opciones como aguas saborizadas o hielo con yuyos incorporados, el tereré sigue vigente. Tal vez cambie la forma, pero no el fondo. “El tereré reúne, permite conversar, compartir y generar encuentros”, dice Javier.
Más allá de su función refrescante, el tereré forma parte de la identidad paraguaya. “El paraguayo es el que tiene su termo y su guampa en cualquier lado”, comenta Torres. No se trata solo de un brebaje que se comparte entre risas o juegos de mesa, sino de una costumbre con muchos años de historia, cargada de sentido cultural. “Hay que seguir enseñando a las siguientes generaciones por qué tomamos y para qué tomamos. Es importante porque nos representa”, expresa. Así, esta tradición se mantiene viva, refrescando no solo el cuerpo, sino también la memoria y la identidad paraguaya, especialmente durante el verano.