En el distrito de Maracaná, departamento de Canindeyú, un grupo de familias indígenas está protagonizando una verdadera transformación rural. La comunidad Pindoyú se ha convertido en un referente de manejo sostenible del suelo y producción diversificada gracias al acompañamiento técnico del Centro de Desarrollo Agropecuario (CDA) del MAG.
“Esta comunidad es un modelo para nosotros. Queremos mostrar el aprovechamiento del terreno, el trabajo en familia y la posibilidad de generar productos que lleguen al mercado”, explicó Ceferino Mora, planificador del CDA de Canindeyú, durante el primer día de campo desarrollado en la zona, una metodología de extensión que permitió exhibir los resultados obtenidos tras meses de trabajo conjunto entre técnicos y productores.
El enfoque de Pindoyú rompe con la dependencia de un solo rubro. En sus parcelas conviven cultivos agrícolas y hortícolas que incluyen maíz, maní, poroto, cebolla y ají tabasco, este último con destino a la exportación. “Desde la preparación del terreno hasta el control de malezas y el sistema de riego, se aplica la parte técnica al pie de la letra. En la tercera estación se observa un cultivo de ají totalmente tecnificado”, destacó Mora.
La diversificación no solo fortalece la seguridad alimentaria, sino que también impulsa la economía familiar. El maíz, por ejemplo, será transformado en harina para el consumo local, mientras que las leguminosas aportan proteínas a la dieta diaria y nitrógeno al suelo. “De un espacio chico se pueden obtener diferentes tipos de alimentos. Es la esencia de la agricultura familiar”, agregó el técnico del MAG.
Uno de los aspectos más destacados del proyecto es la adopción de tecnologías de riego, algo poco habitual en comunidades indígenas, pero que está ganando terreno rápidamente. “Aunque no siempre se considera una necesidad, el riego se está implementando cada vez más porque garantiza la producción incluso en épocas de sequía”, señaló Mora.
La comunidad también apuesta por prácticas agroecológicas que respetan el equilibrio natural: cultivos asociados que evitan la competencia por malezas, atraen polinizadores nativos como el yateí (abeja sin aguijón) y favorecen la regeneración del suelo. “Es un trabajo en armonía con el ambiente. Se aprovecha cada centímetro del terreno”, explicó el planificador.
Más allá de la técnica, lo que distingue a Pindoyú es su organización. Niños, mujeres y adultos trabajan juntos en cada etapa del proceso, reforzando el sentido de comunidad y pertenencia. “Aquí se trabaja en equipo, en familia. Ese es el secreto del éxito”, afirmó Mora.
El proyecto también incluye infraestructura financiada por el Estado a través del Programa de Inclusión para la Agricultura Familiar (PIMA), que dotó a la comunidad de un galpón equipado con implementos para el secado, desgrane y empaquetado de granos. “Antes muchos vendían su producción fuera de tiempo por falta de almacenamiento. Hoy tienen un lugar donde conservar y agregar valor a sus productos”, explicó el técnico.
El éxito del modelo no se debe solo al esfuerzo local, sino también a la articulación entre instituciones. El MAG aporta la asistencia técnica, la Gobernación y la Municipalidad acompañan con apoyo logístico y la comunidad cumple con los requisitos necesarios para acceder a las inversiones públicas. “Cuando todas las instituciones trabajan juntas, los resultados se ven. Esta comunidad lo logró”, celebró Mora.
La experiencia de Pindoyú es más que una historia de éxito agrícola: es una demostración de que la cooperación, la planificación y el respeto por la tierra pueden transformar la realidad de las comunidades rurales. En un contexto donde muchas zonas rurales enfrentan el éxodo hacia las ciudades, Pindoyú representa una alternativa tangible: desarrollo con identidad y arraigo.