El trabajo constituye una dimensión fundamental de la existencia humana. Hoy sabemos que la visión predominante acerca del trabajo es negativa.
Si vemos los resultados del estudio work short, be happier (Rudolph, R. 2014), se evidencia empíricamente que la reducción de la jornada tuvo un impacto positivo y significativo en la satisfacción en la jornada laboral, pero no se encontró impacto de la reducción de la jornada sobre la satisfacción en la vida, ni sobre la satisfacción en el trabajo.
Estos resultados están en línea con investigaciones anteriores sobre el impacto negativo de jornadas laborales largas o impacto positivo de reducciones de jornada, sobre satisfacción en la vida o sobre la felicidad. (Gray et al. 2004; Seong 2005; Golden 2006).
¿Por qué la reducción de la jornada laboral no impacta en el bienestar de las personas? Porque:
a. El aumento de trabajo que generalmente implica la reducción de la jornada, contrarresta los efectos positivos de esta sobre el bienestar.
b. La relación entre la jornada de trabajo y la felicidad está muy matizada.
c. Existe una asociación positiva entre la felicidad y la tenencia de control sobre la propia jornada, así como también existe una asociación negativa entre felicidad y desempleo.
d. El bienestar se ve influenciado no solo por el número de horas de trabajo per se, sino también por el descalce entre duración real y preferida de la jornada de trabajo.
e. Las personas destinan tiempo a las actividades que les resultan más satisfactorias, y el bienestar está conectado con la forma en que las personas usan su tiempo.
Por lo tanto, podemos destacar dos implicaciones claves:
1. Que las reducciones generalizadas de jornada pueden tener un efecto perverso.
2. Una política de “modelo único” para todos parece no tener mayor impacto en el bienestar.
Como menciona Mihaly Csikszentmihalyi: “Para la mayoría de las personas el trabajo, en el mejor de los casos, es un mal necesario, y en el peor, una carga. Sin embargo, trabajo y bienestar están inextricablemente unidos”.
La clave está en el cambio de mirada hacia una visión positiva del trabajo, ya que en casi todos los estudios empíricos el trabajar contribuye significativamente al bienestar, debido a que el trabajo:
Facilita la participación y el involucramiento social, también define el modo de las experiencias de vida más allá de las realidades físicas del trabajo. El sentido de sí mismo está identificado con el trabajo. Ayuda a satisfacer las necesidades psicológicas de logro y de propósito individual e influencia en el bienestar porque es un dominio que es llenado con afecto.
Dado lo mencionado anteriormente podemos decir que el trabajo conduce al florecimiento siempre y cuando produzca emociones positivas, engagement, relaciones positivas, significado y logro; y no genere cansancio, desgaste, stress, burn out, entre otros, como lo hacen muchos empleos y culturas de las organizaciones actuales.
Para determinar el perfil de los trabajos que hacen florecer, Amy Wrzesniewski (Organizational Behavior, Yale School of Management) realizó una investigación que la llevó a establecer la siguiente distinción respecto a las relaciones de las personas con su trabajo. Primero se identificó el Empleo donde la persona trabaja por los beneficios materiales que el trabajo proporciona. Luego aparece la Carrera donde se trabaja por los beneficios materiales y por el progreso profesional (status, prestigio, entre otros). Y finalmente tenemos la Vocación donde se trabaja por la satisfacción y la realización personal que el trabajo proporciona por sí mismo, por el valor intrínseco que posee para la persona.
La mayoría de las personas se relacionan con sus trabajos en términos de empleos o carreras pero no con intención vocacional. Los resultados demuestran que ésta última opción es la óptima, llevando a las personas al máximo potencial. La anterior no significa que los empleos o carreras no puedan tener un propósito elevado que generen sentido y trascendencia.
Hoy las encuestas muestran que los millennials y la generación Z, lo primero que buscan es tener un trabajo que tenga significado y sea trascendente, pero muchos de ellos (millennials) se desarrollan en empleos o carreras que en el tiempo le producen desmotivación, ansiedad o frustración.
Para finalizar decimos que cuando el trabajo corresponde a nuestra vocación, el trabajo es nuestra principal fuente de florecimiento, pero que también se le puede encontrar un sentido y un propósito a cualquier empleo aunque no sea vocacional. La clave está, cuando no es vocacional, en realizar un proceso de re-significación y re-definición para hacerlo más trascendente y significativo, y que tanto la percepción que tenemos del trabajo, como las tareas que realizamos, las relaciones con otros, y el encuadre persona-trabajo, estén en línea y se aproximen a los talentos de cada uno.
“Quien renquee en su profesión, cámbiela sencillamente, pero hínquese en otra donde pueda alcanzar el último tramo y ser probo, partiendo de su oficio como de un centro. Como eje de la vida, el oficio. Que las demás cosas, consideración social, dinero, etc., sean radios que de ahí partan” (Gabriela Mistral. Sentido del oficio, 1927. Premio Nobel de Literatura 1945).
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