El perfil multidimensional del entrenador moderno (parte I)

(Por Natalia Dancuart, psicóloga del deporte) En el fútbol actual vivimos una contradicción curiosa. Los entrenadores más admirados son celebrados no tanto por la táctica, sino por lo que transmiten. Se habla de la calma de Ancelotti, de la empatía de Zidane, del carisma de Klopp, de la intensidad contagiosa de Simeone, de la cercanía humana de Scaloni. Muchas veces, incluso, se atribuyen victorias a estas cualidades emocionales y relacionales.

Aun así, cuando vemos cómo se forman los entrenadores y cómo se los evalúa en la práctica, esas mismas habilidades siguen estando en un segundo plano. El peso lo sigue teniendo solo lo físico, lo táctico, lo medible. La psicología, la comunicación y la gestión emocional se siguen tratando como “complementos”. Y ahí aparece la paradoja: se aplaude en público lo que después se subestima en privado.

El mito del control rígido

Creo que parte del problema está en la herencia cultural que todavía arrastra el fútbol. El “técnico fuerte” es ese que impone autoridad, que controla con rigidez, que se valida a través del miedo y la distancia. Aún hoy, en muchos entornos, se confunde liderazgo con control absoluto.

Pero si miramos bien, los entrenadores que más éxito han tenido en los últimos veinte años no encajan del todo en ese molde. Son estilos distintos, pero comparten algo esencial: la fortaleza no está en aplastar al otro, sino en gestionar personas.

La psicología como complemento

En las escuelas de entrenadores, los módulos de psicología y comunicación siguen ocupando un lugar menor frente a la táctica y la preparación física. En los clubes, la figura del psicólogo deportivo muchas veces aparece como un agregado y no como parte estructural del cuerpo técnico.

“¿Qué más puedo aprender?”, me dijo un entrenador una vez. Quizá por desconocimiento, experiencia o un ego un poco cegado, se escudan en frases como “yo soy así” o “con eso se nace”, sin detenerse a pensar que la autogestión emocional, la comunicación o la empatía son habilidades entrenables, igual que cualquier otra destreza.

En el día a día, hablar de empatía, de vínculo o de confianza todavía genera resistencia: sigue viéndose como algo “blando” frente a la cultura del fútbol, a la ciencia de datos o la planificación del entrenamiento.

Mientras estas competencias se minimizan en la formación, esas mismas son las que después se destacan en las conferencias de prensa, en los documentales, en videos “motivacionales”, en las crónicas que explican un título. El fútbol moderno celebra lo humano, pero sigue formando en lo rígido.

La validación de lo tangible

La validación de un entrenador todavía se mide casi exclusivamente en sistemas tácticos, en porcentajes de posesión, en kilómetros recorridos, en gráficos de GPS. Todo eso es necesario, por supuesto. Nadie duda de que el fútbol de élite requiere un nivel científico y físico altísimo. Pero nada de eso explica por sí solo la diferencia entre un buen entrenador y un líder capaz de sostener ciclos largos en la cima.

La confianza, la cohesión, la motivación y la manera en que se gestiona el conflicto son menos visibles, menos cuantificables, pero decisivas. Es ahí donde se juega la verdadera diferencia.

Hacia un nuevo paradigma: el entrenador como gestor humano

Quiero compartir con ustedes un "perfil (ideal) del entrenador moderno” construido con fines prácticos para este artículo, al cual vamos a llamar perfil multidimensional del técnico de élite. No hay investigación científica detrás; surge de analizar a entrenadores influyentes de las últimas dos décadas y de contrastar sus trayectorias con distintos marcos de la psicología del deporte y del liderazgo. No es un ideal abstracto, es una síntesis de las competencias que, en la práctica, marcan la diferencia entre un técnico que gana partidos y uno que logra sostener un liderazgo bajo presión.

Este perfil se sostiene en ocho pilares interconectados y funciona más como un mapa ideal, porque la realidad es que ningún entrenador de élite cumple con el perfil completo, no tiene todas las habilidades al máximo. Lo que sí ocurre es que cada uno compensa sus carencias con fortalezas muy marcadas, y esa combinación es la que les permite ser exitosos en determinados contextos.

Los ocho pilares que observé son:

  • Autogestión emocional: regular las propias emociones y transmitir seguridad en medio de la presión.

  • Liderazgo transformador: inspirar, persuadir, dar sentido al esfuerzo colectivo, credibilidad y cercanía.

  • Motivación profunda: conectar al equipo con un propósito que trascienda el resultado inmediato.

  • Personalidad coherente: ser genuino en el estilo de conducción, lo que genera credibilidad.

  • Resiliencia: transformar fracasos y crisis en aprendizajes colectivos.

  • Construcción de cultura: dejar una huella que exceda un partido o una temporada, instalando valores y pertenencia.

  • Toma de decisiones experta: decidir rápido, con confianza y fundamento, incluso en escenarios inciertos.

  • Comunicación eficaz: claridad, coherencia entre lo que se dice y se hace, capacidad de conectar con distintos interlocutores, transmitir mensajes, escuchar, leer el estado emocional del otro y conectar.

Quizá pudieron darse cuenta de que el perfil parte de una premisa básica pero poderosa: el entrenador trabaja con personas. Su día a día está atravesado por vínculos con jugadores, colaboradores del club, dirigentes, asistentes, etc. En todos esos espacios, las habilidades sociales y la inteligencia emocional no son un lujo ni un accesorio, son parte del trabajo cotidiano, tan indispensables (para mí) como diseñar una sesión de entrenamiento o analizar al rival.

El deporte hoy se juega en un entorno de sobreexigencia, calendarios saturados, escasa tolerancia al error, fanatización de las hinchadas y exposición constante en redes sociales. Cada error puede convertirse en un meme o video viral, cada derrota en un juicio público. El jugador ya no compite solo contra un rival; el hincha ya no es solo espectador, ahora es “juez” en tiempo real.

Por todo esto pienso que, más que nunca, el entorno del jugador debe estar liderado por una persona que sepa gestionar emociones colectivas, construir confianza y ofrecer un espacio de estabilidad frente a la presión externa. Una persona capaz de darle un sentido al esfuerzo y de recordarle que no está solo en el error, y que logre que un grupo de jugadores crea de verdad en una idea.

Es importante subrayar algo que parece obvio pero no siempre se asume: los entrenadores son los líderes del equipo. Más allá de la presencia de capitanes o de los liderazgos informales que puedan surgir en el vestuario, la figura del técnico marca la referencia central. Esa responsabilidad implica mucho más que dar indicaciones o tomar decisiones tácticas: exige un profundo autoconocimiento, la capacidad de cuestionar las propias creencias y revisar constantemente los propios modos de ejercer el poder.

Un entrenador que no se conoce a sí mismo difícilmente pueda conducir a otros. Por eso, el liderazgo en el fútbol moderno demanda también humildad para aprender, apertura al cambio y disposición para trabajar en el desarrollo personal. La fortaleza del técnico no se mide por su rigidez, sino por su capacidad de evolucionar con su grupo y con los tiempos que corren.

En este escenario, el papel del entrenador va mucho más allá de diseñar sistemas de presión o de ataque. El entrenador que entienda que su principal tarea no es controlar, sino liderar personas bajo presión, será el que marque la diferencia en un fútbol cada vez más exigente, donde el liderazgo humano dejó de ser un complemento: es una condición para competir.

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