Todo empezó casi por casualidad, cuando un amigo le regaló unos tallos traídos de Europa —una variedad híbrida adaptada al clima local— para decorar su patio. “De 50 tallitos solo germinaron cuatro”, recordó Liliana Díaz -nieta de Pascual- en entrevista con InfoNegocios. Con paciencia campesina, su abuelo probó distintos abonos naturales, desde estiércol vacuno y de gallina, hasta lograr que aquellas cuatro plantas resistieran el clima paraguayo. “Era pura prueba y error, pero él nunca se rendía”, contó.
Con el tiempo, la pequeña huerta se transformó en un espacio productivo donde la naturaleza se impuso sobre la técnica. Sin invernaderos, sin químicos y rodeadas de árboles nativos, las zarzamoras encontraron su equilibrio. “Nunca fue una plantación grande. La idea de mi abuelo era que la fruta llegue directamente a la gente, sin intermediarios”, explicó Liliana, quien hoy maneja las redes sociales, las ventas y los contactos con los clientes.
La producción, 100% natural, se mantiene fiel al ideal original: ofrecer un alimento sano, sin buscar una expansión desmedida. En temporada alta —que dura entre cinco y seis semanas al año— la familia llega a cosechar cerca de 30 kilos semanales de zarzamoras frescas, cantidad que varía según el clima. En los mejores años, llegaron a superar los 100 kilos por semana, pero los cambios climáticos recientes afectaron notablemente el rendimiento. “La misma planta, el mismo cuidado, pero menos fruta. El calor y la humedad son más fuertes ahora”, lamentó.
Lejos de rendirse, Liliana y su madre encontraron una nueva motivación en el impacto social del emprendimiento. “Muchos de nuestros clientes son pacientes oncológicos. Compran zarzamoras porque tienen alto poder antioxidante. Saber que lo que hacemos ayuda a alguien nos da fuerza para seguir”, dijo. A lo largo de los años, también proveyeron a pequeños emprendedores que elaboran yogures, helados o cervezas artesanales con sus frutas. “Nos gusta trabajar con gente que le da valor a lo que hacemos, que transforma la fruta sin perder su esencia”.
En Del Abuelo la cadena productiva es artesanal de principio a fin. Desde la cosecha hasta el envasado, todo pasa por manos familiares. Las frutas frescas se venden directamente al consumidor, y lo que no se coloca en dos días se congela para conservar su calidad. “No manipulamos mucho la fruta, porque es delicada. Si se toca demasiado, pierde jugo”, aclaró Liliana. En ese cuidado extremo está parte de su encanto: el respeto por los tiempos de la naturaleza.
El precio también refleja esa filosofía. Mientras en el mercado el kilo de zarzamoras puede costar entre G. 80.000 y G. 90.000, ellos lo venden casi a la mitad. “No queremos hacer de esto un negocio millonario. Queremos que la gente pueda acceder a una fruta buena, natural y nacional”, resumió Liliana. Incluso ofrecen descuentos a quienes llevan su propio recipiente, para reducir el uso de plásticos.
A cuatro años del fallecimiento de Pascual Presentado, su legado sigue vivo entre las ramas que alguna vez plantó. Su familia mantiene no solo las zarzamoras, sino la convicción de que producir con amor, sin agrotóxicos y con respeto a la tierra, también es una forma de honrar la vida.
“Mi abuelo decía que no quería hacerse rico con esto, solo quería compartir algo bueno con la gente”, recordó la emprendedora. Y lo logró: lo que empezó como un muro verde hoy florece como un símbolo de esfuerzo familiar, sabor natural y cariño heredado.
Liliana Díaz continúa el legado de su abuelo Pascual Presentado, fundador de Zarzamoras del Abuelo, un emprendimiento familiar que cultiva zarzamoras naturales en Pirayú.