Estas frases recorren la mente de muchísimas personas, incluso de aquellas que aparentan seguridad y tranquilidad. Por fuera, todo puede lucir bajo control, pero por dentro… ¡Hay una tormenta en pleno desarrollo!
Según datos globales, 8 de cada 10 personas se sienten incómodas o temerosas al hablar en público. Y no importa si la audiencia es un grupo pequeño de colaboradores o clientes, o una multitud enorme; la presión no proviene de la cantidad de personas, sino de cómo nuestro cuerpo reacciona entrando en “modo alerta” y de cómo nuestra mente no nos da tregua para encontrar la paz.
Queremos calmarnos, serenarnos, bajar la intensidad, pero ¡es tan difícil! Parece casi imposible lograrlo. Respiramos profundo, meditamos, tratamos de distraernos… y aun así, el miedo sigue ahí, latiendo fuerte, invadiendo cada rincón del cuerpo.
Y esas palabras de ánimo que muchas veces escuchamos, como “tranquilizate”, “todo va a estar bien”, o “no te pongan nervioso/a” no ayudan. El temor nos supera, nos hace sentir fuera de control. Porque la verdad es esta: pasar del miedo a la calma es prácticamente imposible. Son polos opuestos, como la tristeza y la alegría. No se puede pasar de un extremo al otro apretando un botón.
Pero… ¿y si les digo que no es necesario llegar a la calma para superar el miedo?
Hoy quiero proponerles algo distinto: la próxima vez que les tiemble la voz, se les acelere el pulso o sientan que están hiperventilando porque van a hablar frente a una audiencia, busquen conectar con el propósito por el cual están ahí y con el resultado que quieren conseguir.
Una vez que encuentren ese propósito, agradezcan. Tómense un momento para reflexionar y dar gracias por la oportunidad de hacer algo que los está sacando de su zona de confort, algo que los está haciendo crecer profesionalmente. Desde ese agradecimiento, empiecen a conectar con el entusiasmo de lo que están haciendo.
Porque es más fácil pasar del miedo al entusiasmo que del miedo a la calma.
Cuando estamos entusiasmados, también se acelera el pulso, hablamos más rápido, sudamos más, e incluso sentimos un poco de taquicardia. Pero, en lugar de que sea por miedo, es porque estamos profundamente apasionados por lo que vamos a hacer.
El entusiasmo está relacionado con la alegría; está cargado de energía positiva.
Cuando estamos entusiasmados, nos sentimos libres, con ganas, con fuerza para superar cualquier obstáculo. Creemos en nosotros mismos, nos sentimos capaces y con el impulso necesario para avanzar.
El entusiasmo es como una fuerza invisible que nos da el poder para pasar al siguiente nivel. Nos hace creer que somos capaces de todo, que no hay barreras, que todo es posible.
En ese momento, nuestro corazón no late por miedo, sino por ganas, nuestras manos no sudan de nervios, sino de poder y nuestros pulmones no están llenos de ansiedad, sino de coraje.
El miedo y el entusiasmo son respuestas físicas similares en el cuerpo: aceleración del corazón, mariposas en el estómago, adrenalina... Pero la diferencia está en cómo las interpretamos. Así que, en lugar de pensar: “estoy nervioso/a”, repitamos: “estoy emocionado/a.” Este simple cambio de enfoque transforma la energía negativa en positiva y nos prepara para actuar desde el poder, no desde el bloqueo.
Transformar el miedo en entusiasmo es un proceso, pero con práctica y pequeños pasos, vamos a sentirnos cada vez más cómodos y motivados. La próxima vez que el miedo nos visite, recordemos: no se trata de eliminarlo, sino de transformarlo. Usemos esa energía como motor y dejemos que el entusiasmo nos lleve hacia adelante.