“El problema real no es la falta de empatía ni de habilidades, sino la dificultad para integrar los logros como propios”, señaló la especialista. El síndrome del impostor aparece con mayor frecuencia en profesionales, estudiantes avanzados, emprendedores y personas que están creciendo o asumiendo nuevos roles. Paradójicamente, cuanto mayor es el avance, más dudas surgen a nivel interno.
Contrario a lo que suele creerse, este fenómeno no siempre está asociado a una baja autoestima. “Muchas personas funcionan muy bien hacia afuera, reciben reconocimiento, pero internamente sienten que no es suficiente”, dijo Montiel. La clave está en la brecha entre el desempeño real y la percepción interna de competencia: la persona cumple, rinde y se destaca, pero no logra apropiarse emocionalmente de esos resultados.
En el ámbito laboral, donde el síndrome del impostor se manifiesta con mayor fuerza, aparecen pensamientos automáticos como “no merezco estar acá”, “me contrataron por suerte” o “si me equivoco, todo se va a derrumbar”. A nivel emocional, esto se traduce en ansiedad constante, miedo a equivocarse, inseguridad y una marcada dificultad para disfrutar los propios logros.
Desde una perspectiva conductual y cultural, Montiel observó patrones como sobreexigencia, dificultad para delegar, miedo a pedir ayuda, evitación de ascensos o nuevos desafíos y una necesidad permanente de validación externa. “La persona necesita que le digan todo el tiempo que lo está haciendo bien, porque internamente no logra sostener esa valoración”, mencionó.
Las redes sociales juegan un rol amplificador en este escenario. La comparación constante con versiones idealizadas de éxito refuerza la sensación de no ser suficiente. “En redes nadie muestra el fracaso. Todo parece perfecto: ascensos, logros, bienestar. Eso lleva a que muchos se cuestionen y piensen que no están a la altura”, advirtió Montiel.
Desde la terapia cognitivo-conductual (TCC), el abordaje se centra en identificar y cuestionar los pensamientos automáticos, revisar creencias profundas y modificar conductas que sostienen el problema. “Muchas de esas creencias no nos pertenecen, son heredadas o aprendidas desde muy temprano”, afirmó la especialista.
El síndrome del impostor no siempre deriva en un trastorno, pero ignorarlo puede tener un costo en la salud mental. “Puede desencadenar ansiedad, depresión o estados de agotamiento emocional, porque la persona generaliza la sensación de insuficiencia a todas las áreas de su vida”, señaló Montiel.
Entre las estrategias más efectivas, la psicóloga citó identificar los pensamientos negativos, cuestionar las interpretaciones extremas, reducir la autoexigencia, trabajar el perfeccionismo de manera gradual y separar el valor personal del rendimiento. “No se trata de dejar de dudar para siempre, sino de aprender a relacionarse de otra manera con esas dudas”, puntualizó.