En Paraguay, uno de los impulsores iniciales del lichi fue el colono sudafricano Theo Streicher, y desde entonces el cultivo se fue adaptando a determinadas zonas con condiciones climáticas favorables. Actualmente, la producción se concentra principalmente en La Colmena, donde existe una mayor cantidad de árboles y una tradición más arraigada entre productores, además de registrarse plantaciones en Itá, en zonas de Caaguazú, Cordillera y Alto Paraná.
Se trata de una especie exigente desde el punto de vista agronómico. El lichi requiere una estación fría bien marcada para inducir la floración, temperaturas promedio que oscilen entre 18 y 35 °C, lluvias anuales de entre 2.500 y 3.000 milímetros y suelos profundos, frescos y de tendencia ácida. También es sensible a los vientos fuertes, por lo que su implantación debe planificarse cuidadosamente. Estas condiciones explican por qué la producción no es regular todos los años y depende en gran medida del comportamiento climático.
Esa realidad se refleja en la experiencia de Edith Kimura de Yamashiro, productora de Caraguatay. “El lichi ya lo había plantado mi padre hace unos 12 años, pero no todos los años da fruta. Necesita frío, y este año se dieron las condiciones”, explicó en entrevista con InfoNegocios. Según comentó, los árboles comenzaron a producir de manera significativa luego de un invierno más riguroso, lo que permitió obtener una cosecha aprovechable.
Kimura hoy apuesta por la producción frutícola a pequeña escala. En su entorno, el lichi no es un cultivo aislado. “En La Colmena hay bastante, casi todos los japoneses que estamos en la zona tenemos árboles”, señaló. El consumo local, aseguró, va en aumento: muchas personas prueban el fruto por primera vez y vuelven a comprarlo. En ferias y ventas directas, el precio ronda los G. 15.000 por bandeja, un valor que refleja tanto su carácter exótico como la limitada oferta disponible.
Más allá de la venta en fresco, el mayor potencial económico del lichi aparece cuando se lo procesa. Debido a su corta vida útil, comercializarlo sin transformación resulta complejo. Por ello, la industrialización mínima se vuelve fundamental. Con una máquina despulpadora, el fruto puede transformarse en jugo o pulpa de manera relativamente sencilla. El rendimiento es elevado: alrededor de 90% de jugo y 10% de pulpa, que puede congelarse o utilizarse para la elaboración de helados, yogures, mermeladas y otros postres.
En una miniindustria, la capacidad de procesamiento puede alcanzar los 150 kilos de fruta por hora, lo que representa una escala interesante para emprendimientos familiares o asociativos. Además, la tecnología utilizada permite procesar otros frutos como naranja, pomelo, limón y tomate, ampliando las posibilidades de diversificación productiva y de generación de ingresos durante todo el año.
En cuanto al mercado internacional, existe interés por las frutas exóticas paraguayas, incluido el lichi. Sin embargo, el principal obstáculo sigue siendo el volumen. La falta de una cuenca productiva consolidada dificulta centralizar la oferta, reducir costos y cumplir con pedidos sostenidos del exterior. Aun así, el escenario abre oportunidades para avanzar en esquemas asociativos, fortalecimiento de zonas como La Colmena y estrategias de agregado de valor.
Experiencias como la de Edith Kimura muestran que, con paciencia, adaptación al clima y enfoque en la transformación, el lichi puede pasar de ser una curiosidad agrícola a una alternativa rentable dentro del abanico de frutas no tradicionales del país.