Laura tiene 52 años y vive en Villa Elisa. Su día a día transcurre entre las aulas, los libros de Derecho (pues actualmente cursa el tercer año en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UNA) y los ratos libres que dedica a su emprendimiento “La Crochetera Soy”, una pequeña cuenta en Instagram donde expone y comercializa sus creaciones. “Para mí es una pasión. Me gusta hacer el trabajo, no lo hago con la finalidad específica de lucrar. Me gusta, me inspira y me llena que a las personas les guste mi trabajo, que le den valor, porque eso da satisfacción”, cuenta a InfoNegocios con una sonrisa en el rostro.
Su historia con el crochet empezó en la infancia, en aquellas clases de arte elemental de la primaria. Con paciencia fue aprendiendo los primeros puntos y, con los años, esa afición se convirtió en una habilidad artesanal que hoy plasma en manteles, carpetas y, más recientemente, en prendas de vestir. “Hace tiempo empecé haciendo carpetitas y manteles, pero después me involucré con lo que es ropa. Principalmente abrigos, que tengo subidos en mi cuenta para la venta y también para mi uso”, explica.
El emprendimiento formal nació hace unos dos años, motivado por el deseo de mostrar su trabajo y comprobar si a alguien más le gustaba tanto como a ella. “Vi en otras cuentas que hay gente que se dedica a eso, incluso del extranjero, principalmente de Brasil, y eso me inspiró a abrir mi propia cuenta, con la ayuda de mi hija”, recuerda. Su hija Laura Vannina, de 24 años, colabora en la gestión de las redes sociales y en la atención a clientes, uniendo generaciones en torno a la misma pasión.
Laura Báez Lapiuk, fundadora de La Crochetera Soy
Los productos de “La Crochetera Soy” tienen precios que varían según el tamaño y el material. Las pequeñas carpetitas decorativas pueden adquirirse desde 30.000 guaraníes, mientras que las prendas, al demandar mayor cantidad de hilo y tiempo, tienen un costo más elevado. La lana y los hilos, importados de Argentina y Brasil, representan un desafío adicional por su precio y disponibilidad. “Esto también tiene su dedicación, su tiempo, consume la vista”, reconoce Laura, resaltando el esfuerzo detrás de cada pieza.
Cada prenda puede llevar hasta dos meses de trabajo, dependiendo de la disponibilidad de tiempo, ya que su ocupación principal sigue siendo la docencia. Por eso, los pedidos deben realizarse con anticipación, enviando el modelo deseado o eligiendo entre los diseños que ya ofrece en su cuenta.
Los clientes que compran sus productos lo hacen tanto para uso personal como para obsequios. Algunos buscan regalos únicos y hechos a mano, con ese valor agregado que solo tiene lo artesanal. “Hay gente que dice, por ejemplo, ‘quiero regalar algo bien de acá, bien hecho a mano’, y eso me motiva todavía más”, comenta.
Laura no limita sus ventas a su ciudad; ofrece sus productos a través de delivery y coordina envíos a distintos puntos del país. Pero más allá de lo comercial, insiste en que lo que más la llena es ver cómo otros valoran su trabajo y lo disfrutan. Incluso ya empezó a transmitir parte de su conocimiento a su hija, enseñándole los primeros pasos de la técnica.
En este mes dedicado al crochet, la historia de Laura refleja cómo un pasatiempo puede transformarse en un proyecto de vida, uniendo pasión y creatividad. Entre libros de Derecho, pizarras e hilo, demuestra que nunca es tarde para aprender, emprender y, sobre todo, disfrutar de lo que uno hace.