El punto de inflexión llegó con la adopción de la semilla termotratada, una tecnología adaptada a las condiciones locales que consiste en sumergir los toletes en agua a 50,5 °C durante dos horas, seguida de un baño fungicida de diez minutos. Este proceso elimina o reduce patógenos como raquitismo de la soca, escaldadura de la hoja y carbón, enfermedades que suelen acompañar a los lotes propagados sin control sanitario. El material tratado proviene del semillero básico del IPTA, con identidad genética registrada ante el Senave, lo que garantiza que el productor reciba exactamente la variedad que demanda el mercado y su suelo.
La tecnología no solo limpia el material, sino que habilita un proceso de multiplicación ordenado en tres etapas: semilleros primarios, secundarios y terciarios. En el primero se genera la base genética bajo estrictos controles; en el segundo se amplía la disponibilidad en fincas aliadas —ingenios, cooperativas y productores capacitados—; y en el tercero se produce la semilla que finalmente llega a las plantaciones comerciales. Este esquema asegura trazabilidad, calidad y una disponibilidad creciente de materiales modernos con mejor potencial productivo.
El verdadero impacto aparece al analizar las variedades presentadas en el manual técnico del Campo Experimental Natalicio Talavera. Entre las más destacadas se encuentran CTC4, con un rendimiento promedio de 114.000 kg/ha; CTC11, con 111.000 kg/ha; CTC15, con 110.000 kg/ha; y SP 85 5077, una de las más promisorias, que alcanza los 116.000 kg/ha. Cada una fue seleccionada por su porte erecto, macollaje eficiente, brotación vigorosa, tallos uniformes y resistencia a enfermedades clave para el cultivo. La genética moderna demuestra en campo su capacidad de responder mejor a los sistemas productivos actuales, donde el productor necesita más toneladas por hectárea y menor riesgo sanitario.
La época de plantación también incide directamente en la productividad. El IPTA recuerda dos ventanas recomendadas: la plantación temprana, entre febrero y marzo, que permite cosechar entre 14 y 20 meses después; y la tradicional, de julio a septiembre, con cosechas entre 10 y 16 meses, según la variedad. El ajuste de fechas al comportamiento de cada material es una práctica que gana relevancia, ya que mejora la acumulación de sacarosa y el cierre oportuno del cultivo.
Además de la genética y la sanidad, un aspecto clave de esta revolución es la transferencia tecnológica. El Campo Experimental Natalicio Talavera intensificó en los últimos años su trabajo con productores mediante capacitaciones, días de campo, vitrinas tecnológicas, publicaciones, visitas técnicas y la instalación de semilleros comunitarios. Esta estrategia permitió que comunidades organizadas —incluyendo pueblos indígenas— alcancen rendimientos de hasta 120 toneladas por hectárea, un salto que se traduce en mayor ingreso, mejor aprovechamiento del suelo y mayor estabilidad para los ingenios que dependen de materia prima de calidad.
Actualmente, productores de Guairá, Caazapá, Canindeyú, Alto Paraná, Misiones, San Pedro, Cordillera y Ñeembucú ya trabajan con las variedades del IPTA. La adopción está en expansión porque el instituto absorbe el costo del tratamiento térmico, eliminando una barrera económica y facilitando la llegada de tecnología a pequeños y medianos productores que antes trabajaban con material degradado o mezclado.
El uso de la marca registrada IPTA, certificada por Dinapi, aporta un elemento adicional de confianza: asegura origen, identidad varietal, vigor y sanidad. Para muchos productores, este sello es la garantía técnica que les permite invertir sin temor en nuevas plantaciones y renovar sus cañaverales con genética moderna orientada a rendimientos altos y estables.
Con esta combinación de investigación, genética, sanidad y transferencia de conocimiento, el IPTA está escribiendo un nuevo capítulo en la cadena cañera. Las variedades que superan los 110.000 kg/ha ya no son una excepción, sino un nuevo estándar posible cuando la ciencia llega al campo. Y en esa transición, productores de todo el país están descubriendo que la caña paraguaya puede ser mucho más competitiva cuando la tecnología se convierte en aliada del desarrollo.