¿Por qué países con jornadas laborales extensas, como los latinoamericanos, no logran los mismos resultados que naciones con menos horas de trabajo? La respuesta, según el analista Amilcar Ferreira, no reside en la cantidad de trabajo, sino en el valor de lo que se produce.
Al explicar el concepto, Ferreira aclaró que la productividad es el valor de todo lo que genera una economía, dividido por el número de personas en edad de trabajar. “En la medida en que una economía produce bienes de mayor valor agregado, esa productividad aumenta”, señaló. Este enfoque desmiente una confusión común: la baja productividad no significa que los trabajadores sean perezosos. Países como Paraguay, ejemplificó el consultor, no trabajan menos, sino que se especializan en productos de bajo valor monetario, como materias primas, lo que al dividirse por la población activa resulta en una productividad general baja.
La experiencia de Irlanda sirve como un caso de estudio ilustrativo para la región. Ferreira destacó que este país europeo implementó una estrategia consciente basada en la baja de impuestos para atraer empresas de alta tecnología, convirtiéndose en un hub tecnológico en Europa. La productividad se disparó no porque los irlandeses trabajaran más horas, sino porque los bienes y servicios basados en el conocimiento son intrínsecamente más valiosos que los commodities.
El desafío para América Latina, entonces, es estructural. La región muestra una leve mejora en productividad laboral, pero el resto del mundo crece al doble de velocidad, lo que la CEPAL calificó como una “tragedia” que perpetúa el rezago. La base del problema es un modelo que prioriza la extracción de recursos. Ferreira argumentó que la solución radica en diversificar la economía e ir dando origen a nuevos sectores que produzcan bienes y servicios de mayor valor y sofisticación.
Ferreira visualizó para Paraguay —extensible a gran parte de la región— una hoja de ruta: avanzar desde el sector primario, predominante actualmente, hacia el sector secundario o industrial, y posteriormente al terciario y la economía del conocimiento. Un primer paso concreto sería, en vez de exportar granos, desarrollar una cadena industrial que los transforme en productos alimenticios elaborados, como nuggets de pollo, capturando así un valor significativamente mayor.
“En la medida en que la productividad es más alta, también los ingresos medios de la población son más altos”, subrayó Ferreira. La búsqueda de un mayor equilibrio entre la vida y el trabajo —que posiciona a países con jornadas más cortas como los más felices— depende de esta capacidad de generar más valor en menos tiempo. La región no puede aspirar a un verdadero desarrollo solo con más esfuerzo, sino con más inteligencia en su aparato productivo.
Naciones como Bélgica, con una semana laboral promedio de solo 31,8 horas, figuran entre las más productivas y con mejor balance entre vida y trabajo. Mientras tanto, en Latinoamérica, países como Guatemala, Colombia y México se encuentran entre los que más horas destinan al trabajo semanal —con 45,3, 44,2 y 43,7 horas respectivamente— sin que esto se traduzca en una productividad elevada.