El núcleo de esta transformación está en Horqueta, donde el MAG acompaña 500 hectáreas de cultivo con entre 100 y 105 productores integrados a programas de asistencia técnica. Allí se lograron promedios de 1,3 kilos por fruta, y en parcelas demostrativas se registraron ejemplares de hasta 2 kilos, un tamaño prácticamente inédito para el rubro local. El objetivo para la próxima campaña es alcanzar homogeneidad en peso y forma, condición clave para ingresar a nuevos mercados con mejores precios.
Hoy Paraguay exporta piña a Argentina y Uruguay, con envíos semanales que rondan las quince cargas de camiones, y el sector apunta a cerrar el año con 35 camiones exportados. Estos destinos absorben fruta más pequeña, con cajas de entre doce y catorce unidades, pero la apuesta más ambiciosa está puesta en Chile, un mercado con barreras técnicas más altas, que exige frutas de 1,7 kilos y cajas compuestas por solo nueve unidades. Según Paniagua, este estándar “no solo eleva la vara en volumen y calidad, sino que abre oportunidades comerciales con precios muy superiores a los actuales”.
La evolución productiva no sería posible sin un cambio profundo en la gestión del cultivo. El especialista explicó que uno de los mayores errores históricos fue permitir la multiplicación de hijuelos, que compiten por nutrientes y disminuyen el tamaño de la fruta. La recomendación técnica actual indica limitar la reproducción a dos hijos por planta, seleccionados por calidad genética, de modo que la energía se concentre en el desarrollo de la fruta principal. Este tipo de ajustes permitió que productores de Horqueta se acerquen a estándares internacionales en menos de un ciclo agrícola.
Mientras el sector mira hacia afuera, el mercado local se mantiene abastecido. Paniagua confirmó que Paraguay cubre diez meses de la demanda interna, con rezagos de oferta en los meses más fríos, cuando el clima afecta el crecimiento del cultivo. Durante el período de escasez, el país debió importar piña desde Brasil, pero la recuperación fue rápida, en parte porque la piña posee un ciclo de regeneración de tres a cuatro meses, mucho más corto que otros frutales como el banano, cuya recuperación puede demorar hasta ocho meses.
Sin embargo, no todas las regiones avanzan al mismo ritmo. En zonas como Guayaibí, los rendimientos están por debajo de los niveles mínimos para exportación, principalmente por el uso de variedades obsoletas, falta de rotación de suelos y manejo ineficiente. El MAG trabaja con referentes locales para acelerar la adopción de tecnologías, pero el desafío aún es grande. “Hay productores que hacen lo que les conviene, no lo que el manejo exige, y eso impacta directamente en los resultados”, señaló Paniagua.
La perspectiva del rubro no depende únicamente del volumen, sino de la genética y la resiliencia. En 2026, el MAG pondrá en marcha un programa de cooperación con la misión técnica de Taiwán para introducir variedades más resistentes al frío y con mejor desempeño comercial. El proyecto contempla ensayos a escala y transferencia tecnológica a productores, con foco en sostenibilidad y competitividad.
Para Paniagua, el avance logrado en Horqueta es una ventana de oportunidad: Paraguay puede dejar de competir por precio y comenzar a competir por valor. La llegada de frutas de dos kilos no es solo una curiosidad agronómica, sino un símbolo del cambio estructural que el rubro está experimentando. “El desafío ahora es que esto deje de ser excepcional y se convierta en estándar”, afirmó. La próxima campaña será decisiva para saber si Paraguay está listo para que su piña compita, con peso propio, en las góndolas internacionales.