“Me dedico a los rizos. Soy especialista desde hace cinco años, pero en peluquería trabajo desde hace mucho más; comencé a los 13 años en salones tradicionales. Sin embargo, fue mi propio proceso de aceptación lo que me llevó a especializarme en cabello rizado”, contó Virginia.
Esa revelación personal se convirtió en el motor de Cortando Ciclos, su espacio de trabajo y refugio para quienes crecieron bajo la consigna de que el cabello “bueno” era el liso, mientras que el rizado debía ocultarse o modificarse.
Como muchas otras mujeres afrodescendientes, Virginia vivió gran parte de su infancia y adolescencia sintiéndose obligada a modificar su aspecto para encajar: alisados químicos, planchas, tratamientos agresivos… Nada de eso era suficiente para borrar una sensación persistente: el rechazo a lo natural.
“Desde los 10 hasta los 18 años alisé mi cabello. Fueron 10 años de esclavitud con la planchita y los químicos. Es agotador emocionalmente vivir así, querer encajar en algo que no sos. Me miraba al espejo con el pelo liso y no me encontraba”, recordó.
Su punto de inflexión llegó cuando encontró en internet información que no estaba disponible en Paraguay: la existencia de especialistas en cabello rizado. Descubrió que no estaba sola y, lo más importante, que su pelo no era el problema.
“Me di cuenta de que no había profesionales especializados en Paraguay, y que era una necesidad real. Así que comencé mi proceso de recuperación capilar, y también el de muchas otras mujeres y hombres que venían con historias similares”, dijo.
Virginia explicó que el cabello rizado no se trata simplemente de una textura diferente, sino de un universo completo con sus propios códigos. Desde el corte en seco —fundamental para respetar el patrón del rizo— hasta el uso de productos sin sulfatos, parabenos ni siliconas: todo cuenta, todo influye.
“Uno de los errores más comunes es cortar el pelo mojado. En el cabello rizado, eso puede alterar completamente el resultado. El rizo mojado se estira y, al secarse, se encoge. Si no sabés eso, el corte sale mal. Por eso lo hacemos en seco, para ver cómo se comporta realmente el rizo”, explicó.
Además del corte, están la definición, el estilizado, la forma de peinar y de secar. Cada paso es parte de un ritual que requiere paciencia, técnica y conocimiento. También una buena dosis de amor propio, porque aceptar el volumen, el frizz y las formas desiguales es también aceptar lo que somos. “Nos enseñaron que el frizz es algo malo, que el volumen es feo. Pero hoy sabemos que no es así. Hay productos para todo tipo de necesidad: para más definición, más volumen, más hidratación. El problema es que muchas veces no tenemos acceso a esos productos”, indicó.
La falta de insumos especializados en Paraguay es todavía uno de los principales desafíos para quienes deciden llevar su cabello al natural. Si bien cada vez llegan más marcas desde Brasil o Argentina, muchas personas deben adaptarse con lo que hay en farmacias o supermercados, productos que no siempre son adecuados. “Nuestro cabello es delicado. Necesita productos específicos. Y muchas veces, por no tener acceso, usamos lo que hay. Eso daña el pelo y terminamos creyendo que el problema somos nosotras, cuando en realidad es el producto”, mencionó.
El desconocimiento también ha jugado un papel importante. Durante años, muchas mujeres repitieron rutinas erróneas, sin información, sin referencias, sin referentes. “La falta de una rutina capilar adecuada es otro problema. Nuestro cabello necesita hidratación constante. Así como cuidamos el cuerpo o la piel, el cabello rizado necesita tiempo, productos y constancia. Eso antes no lo sabíamos. Y ahora estamos empezando a aprender”, comentó la especialista.
Curiosamente, fue durante la pandemia que muchas personas se reencontraron con sus rizos. Al no poder acudir a peluquerías, dejaron crecer su cabello natural. Lo que parecía una crisis se convirtió en oportunidad: comenzaron a surgir grupos en redes sociales, tutoriales, recomendaciones y listas de productos aptos.
“Fue una salvación. Se empezó a compartir información, a formar comunidad, a identificarnos. Nos dimos cuenta de que no estábamos solas”, relató.
Desde Cortando Ciclos, Virginia comenzó a generar contenido educativo, ofrecer charlas, formar profesionales e inspirar a nuevas generaciones. “Cada vez más mujeres empezaron a rebelarse contra el sistema de cabellulación, como le decimos. Y a exigir lugares, productos, profesionales. Porque el cabello también es parte del cuerpo, de la identidad. Y tenemos derecho a que sea bien tratado”, enfatizó.
El pelo, en este caso, no es solo una cuestión estética: es política, cultura y resistencia. La lucha por espacios donde el cabello rizado sea bienvenido es también una lucha por el reconocimiento de la diversidad corporal, étnica y cultural del país.
“Hay lugares donde todavía no nos aceptan por cómo se ve nuestro pelo. Nos obligan a alisarnos para acceder a trabajos. Eso tiene que cambiar. No todas tenemos el pelo liso. Y no deberíamos tener que cambiar para ser aceptadas”, señaló. “Nuestro cabello es parte de nuestra historia, es parte de nuestra esencia. Y cuando lo aceptamos, estamos aceptándonos a nosotras mismas. Por eso, esto no es solo un trabajo para mí. Es un acto de amor, de resistencia y de reparación”, agregó.