En diálogo con InfoNegocios, Anselmo Maciel, director de Censos y Estadísticas Agropecuarias del MAG, explicó que estos documentos “aportan una mirada analítica que permite interpretar mejor los datos censales”, con el objetivo de orientar decisiones públicas y privadas en un país donde el 25% de la actividad económica depende directamente del campo.
Uno de los hallazgos centrales del Perfil de Producción es la disminución del número total de fincas a nivel país, en paralelo a un incremento de la eficiencia productiva. Según Maciel, esta transformación responde tanto a mejoras tecnológicas como a cambios demográficos. “Hoy se produce más en superficies más pequeñas y con mayor calidad genética, tanto en semillas como en ganado”, explicó.
El país también muestra una mayor concentración agrícola en tres polos principales: San Pedro, Caaguazú e Itapúa, que lideran la expansión de cultivos de renta y la adopción de tecnologías. En la Región Occidental el fenómeno es distinto: el Chaco, tradicionalmente ganadero, empieza a incorporar rubros agrícolas como sésamo, maíz y algodón, marcando una diversificación que no se veía en décadas.
El estudio también evidencia un retroceso en rubros tradicionales de autoconsumo. La mandioca y el poroto —presentes históricamente en casi todas las fincas— disminuyen tanto en superficie como en número de productores. Hoy, muchas familias rurales prefieren comprar esos productos antes que cultivarlos, mientras que algunas pequeñas fincas incorporan soja mecanizada en lotes reducidos.
En paralelo, la ganadería amplía su presencia: la superficie de pasturas crece y se configura un modelo mixto donde la cría de ganado se convierte en ahorro y estabilidad para miles de familias.
El estudio sobre Agricultura Familiar confirma su peso determinante: 9 de cada 10 fincas en
Paraguay pertenecen a este segmento y sostienen gran parte de la seguridad alimentaria. La mayoría de los productores reside en sus propias fincas y se observa un avance educativo significativo, especialmente entre mujeres.
Sin embargo, este sector clave sigue enfrentando desafíos estructurales: baja mecanización, poca asociatividad, limitado acceso a crédito formal y escasa asistencia técnica. Pese a ello, los pequeños productores siguen liderando rubros estratégicos: aportan el 95% de la mandioca y el poroto, 96% del sésamo y más del 90% de la sandía y el maíz.
Para Maciel, el mensaje es claro: “La agricultura familiar mantiene su rol central, pero necesita políticas diferenciadas y un empuje fuerte en tecnología, mercados y financiamiento”.
Por primera vez, el CAN presenta un estudio temático sobre género, ofreciendo un diagnóstico estructural de la participación femenina en el agro. La presencia de mujeres productoras creció, pero persisten brechas profundas en acceso a tierra, crédito, asistencia técnica y decisión sobre la venta de productos.
Maciel explica que parte de este aumento responde a la migración juvenil y masculina hacia otras actividades, lo que deja a las mujeres a cargo de tareas productivas y de autoconsumo. “Cuando llegamos a una finca, muchas veces es la mujer quien se declara productora porque es quien sostiene la unidad familiar”, señaló.
Aun así, la desigualdad persiste: menor escala productiva, menor acceso a recursos y menor presencia en rubros de mayor valor agregado.
Si algo dejan claro los tres estudios, es que el país necesita acelerar políticas públicas basadas en datos: mecanización para pequeños productores, inclusión financiera en el campo, reducción de brechas de género y estrategias para acompañar la diversificación productiva.
El MAG anunció que las publicaciones estarán disponibles próximamente para instituciones públicas, organizaciones rurales, universidades y organismos de cooperación, con el fin de promover investigaciones y acciones estratégicas basadas en la información del CAN 2022.
“Somos un país proveedor de alimentos. La productividad va a crecer, pero necesitamos decisiones adecuadas para acompañar ese cambio”, afirmó Maciel.