Hoy Lucy tiene 85 años de edad y sigue construyendo y creando arte. Ella compartió con infoNegocios su trayectoria artística. Yegros se formo en todas partes del mundo, Europa, Estados Unidos, Asia y Sudamérica. “A mí a veces me preguntan si soy artista, yo digo que soy artesana, porque que las artesanas con la mano pueden hacer montones de cosas, y a veces me gusta trabajar con el textil, con el papel, estudié washi paper, que es el papel hecho a mano en Japón, tuve una beca hace muchos años ya de esto, vi un papel fantástico, porque no es papel reciclado, sino que es papel hecho de la naturaleza, y ellos son famosos por hacer ese papel hecho a mano, estuve tres veces ahí estudiando. Y ahora tengo exposición en la Casa Bicentenario de las Artes Visuales”, contó.
Atraída por ese conocimiento ancestral que convirtió la fragilidad del papel en una estética del mundo, su sensibilidad por lo orgánico también estructura su obra actual, visible en la exposición del Bicentenario de las Artes Visuales, donde presenta una pieza construida a partir de una fotografía enviada por un arquitecto y fotógrafo alemán a quien conoció décadas atrás en Múnich. Él documentaba las grietas de un museo que restauraba, y Yegros vio allí una posibilidad: “Acá muchos artistas usan intervenir, pero yo prefiero transformar”, dijo.
La obra iba a exhibirse en Alemania. El fotógrafo falleció antes de concretarlo. “Quedó la foto conmigo, y su amiga me dijo: Él te la envió para que hagas lo que quieras”, relató Yegros. Años después, esa transformación encuentra finalmente un espacio público. La muestra se extenderá hasta diciembre de este año. “Estoy muy contenta, es una forma de que la gente pueda ver lo que estoy haciendo últimamente”, expresó.
Lucy aseguró que en su casa abundan los objetos que otros descartarían. Ella los recoge, los escucha y los convierte en piezas. “Los franceses le llaman objet trouvé, los ingleses ready-made. Yo encuentro cosas inútiles y las transformo”, dijo. Para ella, todo puede ser arte: una servilleta, un pedazo de madera, una máscara. Solo hace falta “mirar con amor y transformar”, remarcó.
Yegros mencionó que acaba de retirar tres pequeños libros de haiku, los “poemas muertos”, como define la tradición japonesa. Son textos breves de 17 sílabas que capturan lo esencial. Son también la promesa cumplida a su profesor de literatura, el Dr. Rubén Bareiro Saguier quien antes de fallecer le pidió que siguiera escribiendo.
“Le tengo mucho respeto a la palabra y por eso me puse a pintar, porque con los colores también podés decir cosas, con cerámica o con papel también, siempre hay algo queremos decir”, indicó Lucy.
“Los libros están en español y guaraní, y la traducción es tan hermosa, pero, prefiero leerlos en nuestra lengua ancestral”, destacó Yegros quien recitó uno de sus Haiku escritos.
“El fuego quema, transforma la realidad.
Viva el arte.” Haiku.
Para Yegros, el fuego es símbolo de transformación, pero también de memoria. En Alemania, durante una performance sobre la posguerra, quemó máscaras indígenas como dictaba la tradición guaraní en una ceremonia que evocaba purificación y renacimiento.
En los años 90, adoptó el nombre artístico Areté, derivado del vocablo chiriguano guaraní ára (tiempo) y eté (verdadero). Es también la referencia a una fiesta sagrada, al rito del encuentro entre pasado, presente y futuro.
“Es mi nombre espiritual”, dijo. Desde entonces, casi todo lo firma como Lucy Yegros Areté, aunque admite que cambiar legalmente el nombre hubiese sido muy costoso. Sin embargo, la elección persiste porque no es una marca, sino un gesto identitario: “El arte es también encuentro con lo sagrado”, enfatizó.
Una crítica de arte estadounidense que visitó Asunción eligió, entre todas sus obras, piezas en blanco sobre blanco. Papeles hechos por ella misma, intervenidos con escrituras sutiles. “Le encantaron porque el arte está muy relacionado con la espiritualidad”, aseguró.
Para Yegros, la creación siempre dialoga con el silencio, con lo esencial. Lo aprendió en el campo, donde vivió y donde aún regresa cuando necesita reencontrarse.
Entre confesiones, la artista expresó que antes no quería a los gatos, hasta que su marido (quien falleció) le dijo que uno solo quiere lo que conoce. Después de su muerte, un gato entró en su vida. Desde entonces siempre tuvo uno. Ahora la acompaña una gata blanca, silenciosa y mística.
Los gatos para ella son símbolos, independientes, espirituales, atentos a la luz. Les dedicó incluso un libro. Y, como si fuera poco, creó perfumes artesanales: “Los aromas también se regalan”, le recordó un colega de Encarnación.
Aunque su trayectoria cruza países, técnicas y décadas, Yegros mira el presente con optimismo. “La gente joven está haciendo cosas maravillosas, que a mí me encantan. Porque imagínate, cumplí 85 años. En esa época prácticamente, bueno, una de las grandes maestras acá fue Olga Brinder. Hoy estoy preocupada porque la señora heisecke tiene una colección hermosa de juguetes para niños y me pidieron que haga unos libros de cuentos para niños, le dije que sí, que cómo no. Yo tengo mi escuelita en Areguá, y los niños vinieron de un lugar que se llama Remancito (amorosos los niños) y pienso que hay que comenzar con los niños. Porque lo que falta es la educación por el arte, y el desarrollo del ser”, detalló.
Respecto a cuál de sus exposiciones fue más significativa, respondió que, “todas son importantes como granos de arena”. Pero reconoce dos grandes temas que sostienen su obra: las diosas y los gatos. Para ella, las mujeres son diosas porque guardan, crean y transforman vida. “Somos parte de ese misterio que es la vida”, dijo.