Martín Orué, profesor de equitación del Instituto de Terapias Ecuestres, comentó que la idea de realizar una escuela ecuestre nace de su mamá, Elena Murdoch, que buscaba combinar la salud y el deporte ecuestre para mejorar la calidad de vida de personas con discapacidades y otras afecciones.
“Otra de las necesidades que inspiró también a mi mamá es la necesidad de ayudar a mi hermano Renato, quien nació con parálisis cerebral en 1996, fue entonces que en 1998 se dio la apertura oficial de la escuela. Ella tuvo una formación internacional en terapias en Europa, Argentina, México, Colombia y Estados Unidos, bajo el legado de expertos como la maestra María Ernst y el Dr. Manuel de la Fuente, neurólogo infantil de renombre”, comentó Orué.
Desde los inicios de la escuela, especialistas en equinoterapia e hipoterapia evolucionó significativamente gracias al compromiso de mantenerse actualizado con los avances científicos y metodológicos en esta área.
En cuanto a la diferencia entre equinoterapia e hipoterapia, Orué explicó que “se diferencian principalmente por su enfoque terapéutico. La hipoterapia es un abordaje rehabilitador para mejorar aspectos físicos y psicomotores, mientras que la equinoterapia tiene un enfoque más integral, abarcando tanto aspectos terapéuticos como recreativos”, agregó.
La seguridad es el pilar fundamental en las clases de equitación del instituto. Desde niños hasta adultos, el objetivo es que logren dominar su propio cuerpo mientras son guiados por los movimientos del caballo.
“El vaivén natural del animal permite desarrollar habilidades motrices y una mayor confianza, lo que resulta en una experiencia placentera y segura. Actualmente, el instituto cuenta con 32 alumnos, entre aquellos que asisten a clases regulares de equitación y aquellos que requieren enfoques terapéuticos”, indicó.
En cuanto a la selección de caballos, el especialista apuntó que es un proceso minucioso basado en principios etológicos. Se eligen aquellos que son protectores naturales de la manada, lo que garantiza su temperamento tranquilo y predecible.
“El instituto evita el uso de yeguas para el trabajo con niños y principiantes, ya que su ciclo hormonal las hace menos predecibles. En su lugar, se utilizan machos castrados que fueron cuidadosamente amansados, educados y entrenados para las tareas específicas que se realizarán en las sesiones”, dijo.
La evolución de la disciplina se centra en garantizar que los alumnos desarrollen la habilidad de montar correctamente, fortaleciendo los músculos adecuados para tener un control preciso del caballo. Esto no solo les proporciona seguridad, sino que también les permite disfrutar plenamente de su relación con el animal.
Además, el instituto organiza concursos internos que fomentan la diversión y el aprendizaje entre sus jinetes y amazonas, y tienen planes de afiliarse a la Federación Deportiva Ecuestre Paraguaya (Fedepa) para que los alumnos puedan competir en saltos de obstáculos.
Por último, Orué enfatizó que “montar a caballo ofrece una serie de beneficios tanto físicos como emocionales. Físicamente, el movimiento del caballo tonifica todo el cuerpo, desde los pies hasta el cuello, con un caballo al paso emitiendo entre 2.250 y 2.500 oscilaciones por minuto, lo que trabaja intensamente en el aparato osteomioarticular del jinete. Además, este ejercicio completo también mejora el estado psicológico y emocional, promoviendo la autoestima, la independencia y los estímulos sensoriales y cognitivos”.