Durante el encuentro, se instaló una parcela semillera comunitaria con cuatro variedades mejoradas de batata —Andai, Chaco I, Chaco II y Taiwanes— que permitirán a las familias acceder a material genético de calidad, adaptable a distintos suelos y con ciclos de producción más cortos. Este tipo de acciones cobra especial relevancia en contextos donde la diversificación productiva se vuelve clave para la resiliencia del campo.
“La batata es un rubro noble, que puede cultivarse casi todo el año en buena parte del país. Tradicionalmente se lo manejaba de forma convencional, pero hoy queremos llevar al productor nuevas herramientas para mejorar su rendimiento, calidad y rentabilidad”, explicó a InfoNegocios el Ing. Arsenio Insaurralde, director del Centro de Investigación para la Agricultura Familiar del IPTA.
La capacitación fue impulsada por una mesa de coordinación local que integra a diez asociaciones del distrito, alcanzando a unas 300 familias de la zona. Más allá de la asistencia técnica puntual, el evento representa un avance en la construcción de capacidades productivas con enfoque comunitario y sostenible.
Las variedades instaladas en la parcela tienen ciclos de entre 100 y 130 días, lo que permitirá a los productores contar con semillas propias hacia finales de año. A partir de allí, cada familia podrá replicar la siembra en su finca, generando una red de producción más autónoma y eficiente.
El interés creciente por este cultivo no es casual. Desde 2021, el IPTA viene desarrollando un trabajo sistemático de investigación y transferencia de tecnología orientado específicamente a la batata, con el objetivo de mejorar su competitividad como opción agrícola. A lo largo de este proceso, se priorizó la selección de variedades con mejor comportamiento agronómico y alta aceptación en el mercado, atendiendo también a la demanda del consumidor final.
“Al mejorar la calidad del producto, también mejora su valor y su conservación. Eso permite al productor ofrecer un producto diferenciado y con mayor salida comercial”, destacó Insaurralde, quien remarcó que el enfoque técnico también contempla aspectos de seguridad alimentaria, sobre todo en comunidades donde la mandioca y el maíz son los rubros predominantes.
Si bien esta jornada se realizó en Canindeyú, iniciativas similares se replican en otros departamentos, como Concepción, donde se trabaja con actores locales para potenciar el acceso a nuevas tecnologías agrícolas. El objetivo final es ampliar el abanico de cultivos disponibles para la agricultura familiar y consolidar sistemas más diversificados y resilientes.
“El productor necesita alternativas. La batata se está consolidando como una de ellas, no solo por su adaptabilidad y bajo costo de manejo, sino porque puede convertirse en una fuente de ingresos estable para las familias rurales”, concluyó Insaurralde.
A medida que más comunidades se suman a este proceso, el cultivo de batata deja de ser un complemento para convertirse en un componente estratégico del modelo productivo familiar, abriendo nuevas posibilidades tanto en términos de nutrición como de generación de ingresos.