“La receta de un perfume, la fórmula de una bebida o incluso un método de trabajo pueden ser secretos industriales. Son conocimientos que tienen valor económico justamente porque no son públicos”, explicó a InfoNegocios Zaira Ovando, abogada especialista en propiedad intelectual.
El concepto puede sonar abstracto, pero está presente en más de lo que creemos ya que, desde una pastelería que maneja su mezcla de especias como un ritual inquebrantable, hasta un laboratorio cosmético que guarda bajo llave la proporción exacta de ingredientes. En todos los casos, la diferencia entre crecer o perderlo todo está en la manera de proteger ese secreto.
A diferencia de una patente (que otorga exclusividad temporal a cambio de publicar cada detalle técnico de la invención) el secreto industrial se protege justamente por el contrario: manteniendo la información fuera del alcance de terceros. “No siempre conviene patentar. Si hablamos de fórmulas que pueden mantenerse confidenciales de manera indefinida, como la de Coca-Cola, lo más estratégico es el silencio. Y ese silencio vale millones”, afirmó Ovando.
El problema aparece cuando ese silencio no está respaldado por medidas jurídicas. En Paraguay, la ley reconoce el secreto industrial, pero no basta con decir que existe. Una empresa que quiera defenderlo en juicio deberá probar que realmente tomó medidas razonables para mantenerlo en reserva. Eso implica documentos, contratos, protocolos y, sobre todo, disciplina. “Un secreto industrial no se defiende con palabras, sino con papeles y trazabilidad. La empresa que actúa preventivamente es la que logra protección efectiva después”, insistió la especialista.
¿Cómo se traduce eso en la práctica? Con acuerdos de confidencialidad firmados por empleados y proveedores, cláusulas laborales que mantienen vigente la obligación de reserva incluso tras la desvinculación, manuales internos de seguridad, accesos restringidos y sistemas encriptados. En algunos casos, incluso se fragmenta el conocimiento para que nadie tenga la receta completa.
“Si una empresa no adopta estas medidas, queda expuesta. Un exempleado puede llevarse la fórmula y replicarla, y como no hubo contratos ni protocolos, la compañía pierde el derecho de reclamar. En negocios donde la receta es el corazón del producto, eso puede significar el fin”, advirtió Ovando.
El desafío es especialmente grande en sectores como cosmética o farmacéutica, donde químicos y técnicos manejan información sensible todos los días. Allí, las cláusulas de confidencialidad y los acuerdos de no competencia se vuelven herramientas vitales. “No es que falten leyes, lo que falta muchas veces es cultura de protección. Todavía hay empresas locales que no dimensionan que una fórmula puede ser su activo más valioso”, reflexionó la abogada.
Los emprendedores deben documentar el secreto desde el inicio, firmar contratos, limitar el acceso a la información, elaborar manuales de confidencialidad y apoyarse en tecnología para blindar los datos. “No alcanza con tener una buena idea. Hay que gestionarla jurídicamente. Si lo hacés bien desde el inicio, tu fórmula puede transformarse en el activo más valioso de tu emprendimiento”, concluyó.