¿Hablás mucho… pero te entienden?

(Por Josefina Bauer) “Digo las cosas una y otra vez, pero parece que le estoy hablando a la pared”. Con esa frase me recibía Juan la semana pasada. Él es gerente en una empresa y no lograba que su equipo lo entendiera. Sentía que hablaba en un idioma y sus colaboradores en otro completamente distinto.

¿Cuántas veces nos pasa algo parecido?

Entramos a una reunión, hacemos una propuesta y, al finalizar, pedimos ideas, pero nadie dice nada. O compartimos una nueva función que luego se ejecuta de forma muy diferente a lo que pedimos. O hacemos una presentación y, al finalizar, preguntamos si hay dudas y todos se quedan callados, pero días después notamos que nadie entendió realmente lo que dijimos.

Uno de los problemas más graves —y a su vez más invisibles— que enfrentamos en las organizaciones es la mala comunicación.
Uno dice una cosa, el otro interpreta otra, actúa de una manera completamente diferente… y así se genera un ciclo de frustración que impacta en la productividad, en los vínculos y en el clima laboral.

Pero esto no sucede por mala voluntad, sino porque, en el fondo, muchas veces nadie presta atención de verdad cuando hablamos. Vivimos en un mundo con miles de estímulos, de interrupciones, de pantallas. Estamos saturados de datos, correos, gráficos, documentos, mensajes de WhatsApp, videos y redes sociales para todos los gustos… pero con todo eso, nos falta conexión.

Porque la información por sí sola no basta. La información sin emoción se olvida.

Por eso, si queremos que nos escuchen, que nos comprendan, que nos recuerden… necesitamos empezar a contar historias en cada relato, en cada presentación, en cada reunión.

Las historias tienen algo poderoso: captan la atención, despiertan emociones, transforman conceptos abstractos en algo que se siente, que se vive.

Y no hablo de inventar ficciones como en el cine. Las historias en el mundo empresarial no tienen nada que ver con Hollywood. Hablo de lo cotidiano, de casos, de ejemplos reales, de situaciones concretas que les hayan pasado a tus clientes, a tu equipo o a vos mismo. Historias pequeñas que transmiten verdades y conceptos.

Si te pregunto por las películas, series o libros que recordás, van a ser, con certeza, los que te tocaron alguna fibra, te hicieron sentir, te emocionaron. Capaz una risa, llanto, nervios, enojo, ansiedad… incluso pudiste haberlos visto o leído hace años. Pero si te pregunto qué decía el slide 8 del último PowerPoint que viste, ¿lo recordarías? Probablemente no.

Porque no conectamos con datos: conectamos con emociones.

Cuando Juan me contaba su frustración, le hice una sola pregunta:
¿Cómo les estás contando eso que querés que entiendan?

Se quedó en silencio.
Nunca se lo había preguntado.

Siempre preparó el PowerPoint o el material de apoyo y salió a hablar, a presentar o a entregar directrices.

Sin embargo, ahí está la clave: en general, al hablar en público o liderar una reunión, nos enfocamos en lo que queremos decir, pero no en cómo lo estamos diciendo. Y ese “cómo” puede hacer toda la diferencia.

Si a una idea le sumás una historia, la envolvés en humanidad.
Si a un dato le das un contexto personal, lo hacés relevante.
Si a un mensaje le ponés emoción, se vuelve memorable.

En las empresas no necesitamos más reportes ni más indicadores, sino más mensajes que importen, que conecten, que inspiren y sean, por sobre todo, recordados.

Y ahí es donde entra el storytelling: el arte de contar bien lo que tenemos para decir, de envolver el mensaje en una historia para que sea recordado y repetido. No para manipular, ni para adornar, sino para conectar, logrando lo que hace muchos años atrás se lograba simplemente dando una orden.

Los tiempos cambiaron, por eso, la próxima vez que tengas que presentar algo, podés hacerte estas preguntas:

¿Qué historia puedo contar para que esta idea llegue mejor?

¿Qué anécdota, empresarial o personal, puede darle vida a este concepto?

¿Qué ejemplo real puede ayudar a que me entiendan?

Tal como hizo Juan, con unos pequeños ajustes logró cambiar la forma en la que compartía sus ideas y consiguió algo tan simple como poderoso: que lo escuchen.

Porque cuando te escuchan de verdad, no solo entienden lo que decís.
Se comprometen con eso. Lo hacen propio. Lo llevan a la acción.
Y eso, en definitiva, es lo que toda comunicación busca: transformar.

 

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