En diálogo con InfoNegocios, Luis Roa, presidente de la Cámara Coordinadora de Productores Frutihortícolas, explicó que la historia del cultivo es larga. “La zona comenzó a emerger en los años 70 y 80, pero la producción tiene raíces todavía más antiguas. La calidad nos posicionó como referentes nacionales”, afirmó. Hoy, los envíos desde Capitán Miranda llegan al Mercado de Abasto, a supermercados y a ciudades como Concepción, Pedro Juan Caballero, Pilar o Paraguarí.
La cadena productiva trabaja prácticamente todo el año: las siembras tempraneras arrancan del 10 de enero al 10 de febrero, unas 250 hectáreas, mientras que la siembra convencional va de marzo a junio. Las tardías se plantan entre julio y septiembre. Con esa estructura, los productores abastecen al país entre abril y febrero, cubriendo diez meses del calendario.
Los otros dos meses dependen de la importación, gestionada por compradores mayoristas y supermercados. “El calor extremo no nos permite sembrar en octubre. Aunque tengamos riego, la temperatura no permite que el tubérculo llegue a buen desarrollo”, explicó Roa. Para cubrir esos meses sería necesaria una inversión mayor en tecnología, variedades adaptadas y acompañamiento científico. “Hace falta un trabajo técnico serio. Lo pedimos hace años, pero seguimos esperando”, lamentó.
Este año, el rendimiento sorprendió. “Tuvimos una superproducción. En varios meses vendimos por debajo del costo de producción”, contó el dirigente. Recién ahora el precio se estabilizó en torno a Gs. 3.000 a 3.500 por kilo, equivalente a Gs. 60.000 a 70.000 por bolsa o cajón de 20 kilos.
En términos de volumen, la tempranera rinde 25 a 30 toneladas por hectárea, la convencional 18 a 20, y la tardía —con variedades como Berlín, Shin Uroda o Xeminis— puede llegar a 35 toneladas. El promedio anual supera los 20.000 kilos por hectárea, y considerando cerca de 1.000 hectáreas, la magnitud del aporte al mercado queda clara.
Detrás del abastecimiento nacional hay un sistema de variedades importadas que se adaptan a cada etapa: la Brasilia en siembras tempranas; variedades japonesas como Uroda y Shin Uroda; híbridos comerciales como Xeminis, y la Berlín, la de mayor rendimiento.
Aun así, hay retos constantes: temperaturas extremas, estrés hídrico y brechas tecnológicas frente a países competidores. “Argentina produce casi todo el año por su diversidad climática. Brasil también. En cambio, zonas más ecuatoriales como Bolivia o Perú tienen pocos meses de producción y dependen de importaciones. Nosotros estamos en el medio: tenemos potencial, pero necesitamos apoyo técnico real”, subrayó Roa.
Exportación, precios y posibilidad de crecer 50%
En 2024, Paraguay logró exportar zanahoria al mercado argentino, pero este año los precios no acompañaron. “Argentina no paga lo necesario. Nuestra producción se encarece y los valores no ajustan para exportar”, explicó el productor. Aun así, la capacidad de expansión está. “Si tuviéramos un mercado externo estable, podríamos aumentar hasta 50% la producción sin problema”, adelantó.
Por ahora, el flujo comercial se concentra en supermercados y licitaciones estatales, con clientes como Amprecero y Comerpar. Para industrialización (jugos, snacks, procesados) aún no existe una empresa especializada de escala, solo pequeños emprendimientos.
Un sistema autogestionado para evitar crisis de sobreoferta
Cada productor siembra por su cuenta, pero hay coordinación interna para no saturar el mercado. “Plantamos lo que se va a vender. Este año hubo superproducción y parte se perdió. Algunas parcelas se rastronearon para sembrar soja”, comentó Roa. El 15% del volumen normalmente queda como remanente en lavaderos y chacras.
El pedido del gremio es claro: apoyo técnico, investigación y canales de exportación. “Tenemos capacidad, tenemos calidad Mercosur y podemos crecer. Solo falta que las instituciones hagan su parte”, concluyó Roa.