Aunque su apellido remite a una familia con presencia en el mundo empresarial paraguayo, Alejandro construyó su camino con trabajo desde joven. “Desde chico, mi papá nos hacía trabajar. A los 12 años ya íbamos a la oficina los sábados y en vacaciones, cobrando medio sueldo mínimo. Era su manera de enseñarnos el valor del trabajo”, recordó.
Su abuelo, con convicción, repetía una frase: “Solo el trabajo construye”. Bajo esa lógica, aprendió a valorar el esfuerzo y a mirar más allá: “Ahí empecé a preguntarme: ¿qué oportunidades estoy viendo? Porque además de trabajar, yo quería generar un impacto mayor al que podía lograr solo con mi esfuerzo individual”.
Motivado por su interés en generar un cambio desde la educación, Alejandro Zuccolillo tuvo una primera experiencia enseñando inglés en un colegio de contexto vulnerable en Paraguay. Para él, la educación es el gran igualador de oportunidades, y remarcó que, más allá de los recursos materiales, el acceso al conocimiento —y sobre todo a las herramientas para aprender— es lo que realmente puede transformar vidas.
Continuó su formación académica en Estados Unidos y exploró distintas iniciativas con impacto social y tecnológico. Durante su estadía, impulsó proyectos vinculados al acceso al conocimiento y la conexión entre estudiantes y empresas, participó en concursos de innovación y terminó especializándose en ingeniería informática en San Francisco. Allí se involucró en Andromium, una startup tecnológica orientada a ampliar el acceso a herramientas de aprendizaje desde dispositivos móviles. Tras años de formación y experiencias en el exterior, decidió volver a Paraguay con una visión más clara de lo que quería construir.
Alejandro sintió la necesidad de combinar su experiencia en innovación con negocios que tuvieran impacto. Aunque su familia ya operaba en sectores tradicionales como el de vehículos pesados, decidió involucrarse activamente en el proyecto de modernización del transporte público impulsado en ese momento por el gobierno. Más allá de vender buses, su objetivo era participar del ecosistema y promover una transformación estructural.
“El desafío del emprendedor es lograr generar el cambio; de alguna manera, también articular y cambiar el concepto. No necesariamente solo entregar un producto, sino lograr cambiar el concepto”, remarcó.
Al asumir la operación de la empresa de transporte Magno, se encontró con un sistema profundamente deteriorado: relaciones laborales tóxicas, falta de formalidad y un entorno cargado de desconfianza y evasión. Consciente de que el cambio no vendría solo desde la tecnología, apostó por un enfoque integral: implementar el billetaje electrónico para eliminar el efectivo y reducir el margen de corrupción, crear una escuela de formación para conductores y monitorear en tiempo real el desempeño de las unidades.
Pese a la resistencia del sector, impulsó una transformación que hoy es parte de una nueva realidad del transporte público, donde la tecnología permite mayor transparencia, control y eficiencia. Para Zuccolillo, fue un ejemplo claro de que hacer empresa también puede ser una forma de impulsar cambios sistémicos, aunque eso implique ir contra la corriente establecida.
Otra muestra de su interés por romper con lo establecido se dio tras regresar de San Francisco, donde vivía con su esposa en un monoambiente de 25 m2 por un alquiler elevado. Al volver a Asunción, el contraste entre precios y accesibilidad lo llevó a cuestionar el modelo habitacional local: viviendas costosas, ofertas poco adaptadas a jóvenes profesionales y un salto prácticamente imposible entre vivir con los padres y acceder a un departamento propio.
A partir de esa experiencia personal y de una lectura realista del poder adquisitivo de los millennials paraguayos, nació la idea de crear un producto habitacional pensado para quienes quieren independizarse sin endeudarse de por vida. Así surgió ZUBA, un emprendimiento que apuesta por departamentos funcionales, bien ubicados y con cuotas o alquileres acordes al ingreso promedio. Lo que al principio fue visto con escepticismo, terminó ganando terreno: desde su primer edificio, que tardó tres años en consolidarse, ya suman más de 3.000 unidades desarrolladas en menos de una década.
Estas palabras pueden sonar utópicas cuando el objetivo inmediato es simplemente salir adelante o hacer funcionar una idea de negocio. Pero Alejandro demuestra que el cambio no siempre requiere grandes revoluciones: también puede gestarse desde lo cotidiano, desde la empresa, desde una idea bien ejecutada. Al final, transformar la realidad, aunque sea en una pequeña escala, es posible desde cualquier lugar.