María Victoria Vera Talavera es ingeniera química con más de dos décadas de trayectoria en regencias, dirección técnica y asesoramiento a industrias alimenticias y químicas. Egresada de la Facultad de Ciencias Químicas de la UNA, recordó que en los años 90 su carrera no era muy conocida y las mujeres eran una marcada minoría. “Muchas veces me tocó enfrentarme al machismo dentro de las plantas, donde predominaban los hombres. Pero con perseverancia fuimos ganando espacios”, señaló.
Su vocación nació en Paraguarí, de la mano de un excelente profesor de química que le transmitió pasión por la ciencia. Tras trabajar en plantas industriales y en el ámbito académico, decidió ejercer de forma independiente para equilibrar su vida laboral y familiar. Hoy asesora a empresas en procesos de habilitación ante instituciones como Dinavisa o Senacsa. “La mujer ingeniera aporta versatilidad, responsabilidad y mucha capacidad de adaptación. Somos multitareas por naturaleza”, destacó.
En el área agrícola, Leticia Silva también recorrió un camino desafiante. Ingeniera agrónoma por la UNA, se formó entre 2002 y 2008, y aunque se recibió con su hija en brazos, tardó algunos años en poder ejercer plenamente. “Para comenzar a trabajar en el campo, uno debe alejarse de casa. Yo tuve que dejar a mi hija con mi madre e irme al interior. Fue una decisión difícil, pero necesaria para poder avanzar”, relató.
Actualmente se desempeña como especialista en cadena de valor dentro del Proyecto PIMA del MAG. Su rol consiste en apoyar a productores para que procesen sus cultivos, generen valor agregado y accedan al mercado formal. “Trabajamos con locote, tomate y frutilla, y les enseñamos desde el registro sanitario hasta la colocación del código de barras. No es solo producción, es desarrollo económico y comercial”, afirmó. Leticia celebra que hoy las mujeres tengan más presencia en este tipo de proyectos y remarca que, aunque el sacrificio es alto, la recompensa profesional y personal también lo es.
Por su parte, Camila Id representa a una nueva generación de ingenieras civiles. Se formó en la Universidad Politécnica Taiwán-Paraguay y realizó un intercambio en Asia, donde pudo comparar el avance de tecnologías como el BIM en relación con el contexto paraguayo. Actualmente trabaja como residente de obra en Benítez Bittar Constructora. “Tuve que demostrar mi capacidad desde abajo, quemando etapas, porque aún persisten estigmas que ven a la mujer como apta solo para trabajos de oficina”, señaló.
Camila valora el impacto de la diversidad de género en los equipos técnicos. “Una mujer en obra puede aportar mayor organización, visión integral y atención al detalle. Además, suele haber más cumplimiento de normas de seguridad cuando hay mujeres en el equipo”, subrayó. Su consejo para las jóvenes interesadas en la ingeniería es claro: “Los estereotipos existen, pero no deben ser un freno. Nosotras también llevamos el título de ingenieras y merecemos el mismo respeto”.
Sus historias reflejan un punto en común: la convicción de que el talento femenino no solo debe ser reconocido, sino también potenciado. La fuerza laboral de estas mujeres ingenieras aporta innovación, eficiencia y una mirada distinta a sectores clave para el desarrollo nacional. Invertir en equidad de género dentro de la ingeniería no es solo una cuestión de justicia: es una apuesta inteligente para construir un Paraguay más competitivo y sostenible.