Sí, parto de frases que escucho seguido y que, por alguna razón, quedan resonando en mi cabeza, dan vueltas como parásitos comiéndose el tiempo; se pasean entre tarea y tarea, y pensamiento y pensamiento.
Pero volvamos a ella: “Quiero aprender a tomar vino”. Tomar, según cómo nosotros utilizamos este verbo y la definición de la RAE, es ingerir un alimento o medicina, o beber un líquido. Esta acción es tal vez una de las más primitivas para el ser humano: primero, por la supervivencia, pero a medida que vamos creciendo, vamos encontrando mayor placer en algunas y menos en otras, desarrollando nuestro paladar y nuestras preferencias.
Ahora, si bien el vino es cultura, historia, química, ciencia, agricultura, etc., no deja de ser también una bebida, una llena de disfrute, que acompaña una sobremesa, conversaciones, encuentros, personas. La cuestión es que, de alguna manera, la hemos transformado en una bebida de culto, en la que, si no conocés sus paradigmas, no podés disfrutarla.
Muy, muy lejos de tratar el vino como algo simple —porque no lo es, con todo lo que implica—, sí siento que desde la misma comunicación y storytelling, estamos intimidando a muchos consumidores que sienten que necesitan aprender, desde el punto de vista académico, para poder comprarse una botella.
Y la realidad es que existimos los sommeliers y comunicadores especializados para esto. Estudiamos lo académico porque nos apasiona, pero es nuestra tarea hacer que eso no se sienta pesado para el consumidor, sino, más bien, facilitar el acceso a este mundo.
No hace falta anotarse a un curso (aunque me parece genial que así lo quieran y no se arrepentirán), lo importante es animarse a descubrir haciendo lo mejor: probando y explorando. Eso sí, si realmente querés comprender las diferencias entre un vino y otro, entre estilos, entre uvas, entre regiones, esta exploración debe hacerse con conciencia.
Y con esto me refiero a poner los sentidos en esa exploración, a descorchar un vino y tratar de descubrir esos matices que lo hacen más o menos interesante para vos. Tal vez descubras que es muy ácido, o que es muy astringente; tal vez te gusten más los aromas de fruta o los “maderosos”, y así irás construyendo tu universo personal del vino.
Pero para eso, hay que estar dispuesto a jugarse en góndola, saliendo de la zona de confort, eligiendo etiquetas que no conocés y, por supuesto, invirtiendo en vino de manera periódica para que esa exploración vaya creciendo.
Entonces sí, podés aprender sobre vinos. Y ojalá lo hagas, porque es un mundo fascinante, diverso, lleno de historias, y lo recomiendo al 100%. Pero no necesitás aprender para tomar vino. No desde un lugar académico ni forzado. Solo necesitás ganas, curiosidad y darle al vino el tiempo suficiente para que, con sus matices, su alma y su historia, se conecte contigo.