El sistema, respaldado por la tecnología Hawk-Eye de Sony (12 cámaras + algoritmos), detecta automáticamente si la pelota va dentro o fuera, anunciándolo con una voz pregrabada. La intención, según la organización, es mejorar la precisión y alinear el torneo con el resto de los Grand Slam, excepto Roland Garros.
Aunque el sistema fue bien recibido por gran parte de los jugadores y la organización, no ha estado exento de polémicas. Algunos aficionados señalan que la decisión le quita emoción al juego, al eliminar esos momentos de tensión que generaban las revisiones de jugadas y las discusiones con los jueces. La sensación de que se pierde una parte del “alma” del tenis tradicional generó opiniones divididas entre puristas y tecnófilos.
Además, durante la competencia ya se registraron algunos inconvenientes técnicos. En un partido de cuartos de final, un reinicio inesperado del sistema provocó confusión y quejas por parte de una jugadora, obligando a una revisión del procedimiento. La organización admitió que se trató de una falla operativa y aseguró que se están implementando ajustes para evitar que vuelva a ocurrir.
Wimbledon se posiciona así a la vanguardia del deporte profesional en materia de tecnología, pero también abre un debate profundo sobre el equilibrio entre innovación y tradición. La inteligencia artificial avanza, pero la discusión sobre cuánto se puede automatizar sin perder la esencia del espectáculo humano sigue más vigente que nunca.
Esta evolución en el arbitraje no solo impacta a Wimbledon, sino que sienta un precedente para torneos menores, circuitos juveniles y federaciones nacionales que observan con atención los resultados y la aceptación del sistema. La incorporación de tecnología de punta promete una estandarización global en la forma de impartir justicia en la cancha, pero también exige nuevas inversiones y adaptaciones en la infraestructura de competencias menos mediáticas.
En un deporte donde cada milímetro puede definir un título o una carrera, la precisión que ofrece la inteligencia artificial resulta invaluable. Sin embargo, la gran incógnita será si este tipo de decisiones transforma al tenis en un espectáculo más justo o en uno menos humano. Wimbledon, con su historia centenaria, se convierte en el laboratorio perfecto para poner a prueba el futuro del deporte en la era digital.