Cada 22 de agosto, en el Día Mundial del Folclore, la reflexión se vuelve inevitable: ¿qué papel cumple el arte paraguayo en nuestra vida cotidiana, en nuestra proyección internacional y en la construcción del futuro?
Francisco Russo, intérprete, se dedicó a difundir la música nacional. Con una carrera que lo llevó tanto a escenarios locales como internacionales, Russo entiende que el folclore no es un género del pasado, sino un lenguaje que sigue vivo y en constante transformación.
“El folclore es costumbre y tradición. Son esas costumbres y tradiciones las que determinan la esencia de un pueblo. En nuestro caso, los paraguayos encontramos en ellas la razón de sentirnos orgullosos de haber nacido en esta tierra”, señaló.
Para él, hablar de folclore no es solo hablar de música o danza, sino de todo aquello que nos define: desde una artesanía popular hasta un dicho que pasa de generación en generación, desde la gallinita de cerámica hasta las historias que sobreviven en la memoria colectiva. Cada expresión cultural, por más simple que parezca, forma parte de un entramado que mantiene vivas nuestras raíces.
El artista diferencia entre Paraguay (el territorio tangible) y la paraguayidad, aquello intangible que sentimos. En esa línea, explicó que su trabajo artístico consiste en acudir allí donde se lo convoca como cantor y llevar ese mensaje de orgullo nacional. “Paraguay es lo que tocamos; la paraguayidad es lo que sentimos. Y eso es lo que yo transmito”, resumió.
Russo recordó que la historia paraguaya se forjó con sangre y sacrificio en dos guerras devastadoras: la de la Triple Alianza y la del Chaco. Para él, esa memoria, dolorosa pero fértil, se traduce en un acervo cultural único, imposible de borrar, que late en las canciones, las poesías y las danzas que nos identifican. “A nosotros nos sobran héroes y nos sobra historia”, enfatizó.
El folclore paraguayo tiene un rasgo que lo distingue de otros países: la estrecha relación entre música y poesía. “En un 80% de nuestras canciones, las letras fueron escritas por poetas. Eso significa que no importa si hablas castellano o guaraní, siempre hay palabras que invitan a buscar su significado en un diccionario, porque el nivel del poeta está un paso más arriba de nosotros, los comunes”, explicó.
Esa riqueza lírica convierte a cada canción paraguaya en una obra cargada de imágenes, símbolos y profundidad, que trasciende modas y épocas. No se trata de simples melodías, sino de fragmentos de historia, identidad y sentimiento colectivo.
En cuanto al lugar que ocupa la cultura en la actualidad, Russo es crítico. Sostuvo que el Estado suele relegarla al "último vagón" en la administración de recursos, y que se priorizan inversiones con retorno económico inmediato en lugar de aquellas que sostienen la identidad nacional. “No necesitamos apostar a la cultura, necesitamos invertir en ella. Apostar es un juego de azar; invertir en cultura es invertir en la esencia de un pueblo”, puntualizó.
Uno de los temas que más resuena en la conversación con Russo es el vínculo de la juventud con el folclore. Contrario a la idea de que los jóvenes se alejan de la música tradicional, el intérprete asegura que la receptividad es enorme. “Yo toqué en escenarios de rock y los jóvenes coreaban mis canciones a gritos. En festivales multitudinarios como Reciclarte, con más de 20.000 asistentes, recibí ovaciones. Eso demuestra que no es una cuestión de edad, sino de identidad”, dijo.
El secreto, según él, está en que el folclore no es moda: es raíz. Mientras la moda es pasajera, las raíces permanecen. Por eso, las canciones que atravesaron generaciones seguirán vigentes mientras exista un solo paraguayo en el mundo. “Hasta que desaparezca el último paraguayo de la faz de la Tierra, existirán canciones como Cerro Corá o Regimiento 7. Porque eso es lo que somos”.
Para Francisco Russo, el folclore no se adapta ni se acomoda a ideologías pasajeras. “El folclore representa la raíz de un pueblo. El árbol no puede vivir sin raíces. Quien se aleja de su folclore, tarde o temprano vuelve a él, porque esa conexión es natural y necesaria”, reflexiona.
Con esta convicción, el artista entiende su rol no solo como el de un intérprete, sino como el de un custodio de la memoria colectiva. “Mi prédica es la paraguayidad, y mi rol social es sostener ese orgullo de ser paraguayo. Esa es mi misión como cantor y juglar de este tiempo”.
En tiempos donde la palabra “crisis” parece dominar el discurso, Russo remarcó que son dos los elementos que resurgen con más fuerza: el folclore y la religión. Ambos se convierten en refugio y motor de resiliencia para la gente. Y en ese resurgir, el folclore vuelve a recordarnos quiénes somos.
“Siempre el aporte del folclore es el mismo: sustentar la raíz de toda persona que sienta orgullo de haber nacido donde nació. Ese es su poder y su enseñanza. Por eso nunca desaparece”, destacó.