En el marco de la celebración, conversamos con Mario Ferreiro, DJ y coleccionista de vinilos, y con Renato Silveira, de Spin0rama. Para ambos, el renacer del vinilo no es solo una moda pasajera: es una corriente cultural que rescata una experiencia casi ritual, la de poner un disco, bajar la púa y dejar que la aguja recorra sus surcos. Aunque sus caminos son diferentes, comparten una pasión que atraviesa décadas y generaciones.
Corría 1974. Paraguay vivía otros tiempos y comprar un disco era un verdadero acontecimiento. Mario Ferreiro recordó con precisión el momento en que adquirió su primer vinilo:
“Fue en De Angelis y De los Ríos, una conocida casa de electrodomésticos de la época. Era un álbum del grupo británico The Who llamado Who’s Next. Me costó G. 450, una fortuna para aquel entonces. Desde ese momento, nunca más dejé de comprar discos”, relató.
Ese gesto marcó el inicio de una relación que nunca se interrumpió. Con el tiempo, su colección se convirtió en un archivo sonoro y visual, donde cada tapa, cada sobre interno y cada detalle artístico cuentan una historia.
Para él, el vinilo combina tres dimensiones: nostalgia, calidad sonora y valor estético. “Un vinilo bien cuidado y con el equipo adecuado tiene un sonido extraordinario. Además, está el placer del soporte físico: las tapas, las fotos, los textos… todo eso es parte de la experiencia”.
En Paraguay, asegura, se vive un verdadero boom. Las ferias de vinilos están repletas y ya existen varias disquerías que renuevan su stock de forma constante. Incluso jóvenes que nunca vivieron la era dorada del formato se suman a esta fiebre retro. En sus presentaciones, Ferreiro se mantiene fiel a la técnica tradicional: bandejas giradiscos, discos de vinilo y concentración absoluta. “Para quien no vivió esa época, es una novedad fascinante; para quien sí, es un viaje a tiempos felices”, expresó.
Por su parte, la historia de Renato Silveira con el vinilo empezó en familia. De sus abuelos y tíos heredó un tesoro: discos de Kiss, AC/DC, Def Leppard, Queen… clásicos que le marcaron el oído y la sensibilidad musical. Sin embargo, su primer vinilo comprado de forma consciente llegó años después, en la Feria de Vinilo Cooltural.
“Llevé el lote heredado para canjear y elegí un disco de Yello con el clásico Oh Yeah. Lo sigo usando hasta hoy”, contó. Esa adquisición fue la chispa que encendió una búsqueda constante de “joyas olvidadas”, canciones que, aunque tengan décadas, pueden sonar frescas y sorprendentes en la pista de baile.
Renato ve en el vinilo un acto de resistencia cultural: “Es más que una moda; es una reacción cultural que busca salir de los algoritmos, dejar de escuchar solo lo que las plataformas nos sugieren y volver a elegir lo que realmente queremos escuchar, sin seguir tendencias impuestas”. En sus eventos, el vinilo no solo es música: es un imán para la curiosidad. Hay quienes no lo veían desde hace años, y otros se sorprenden al descubrir que todavía se editan discos nuevos.
Pinchar en analógico, para él, es un reto que humaniza la música. “Hay muchos factores: la calibración del sonido, evitar acoples, cuidar que la mesa esté libre de vibraciones… incluso el viento puede hacer saltar la púa. Esa imperfección hace que todo sea más humano”, indicó.
A nivel global, el vinilo pasó de ser un formato condenado al olvido a convertirse en un fenómeno cultural. Desde mediados de los 2000, las ventas comenzaron a crecer de forma sostenida, impulsadas primero por melómanos nostálgicos y luego por una generación joven que descubrió su encanto.
En Paraguay, las ferias de vinilos, las tiendas especializadas y las ventas online han alimentado esta ola. El fenómeno no se limita a coleccionistas: cada vez más artistas locales editan sus álbumes en este formato, buscando una conexión tangible con su público.
Para quienes lo aman, el vinilo es más que un soporte: es un puente entre épocas, una obra de arte física y un vehículo para una escucha más profunda. Tanto Mario como Renato coinciden en que, detrás de la nostalgia, hay un valor sonoro innegable: calidez, textura y una presencia física imposible de replicar en una playlist digital.