Emmanuel Macron y la batalla por la eurozona

Si se conduce a Francia a una deflación competitiva, Le Pen podría convertirse en presidenta la próxima vez.


Por Martin Wolf

La verdad es que "el euro está incompleto y no puede durar sin reformas significativas". Así fue como el candidato Emmanuel Macron pronunció su advertencia ante un público alemán. Como presidente francés, el Sr. Macron debe persuadir a Alemania para que acepte los cambios que él considera esenciales.

Su punto de vista plantea tres preguntas. ¿Tiene razón de ser alarmista? ¿Ha identificado las reformas necesarias? ¿Será capaz de ponerlas en práctica? La respuesta a la primera pregunta es "sí"; a la segunda es "sí, pero hasta un cierto punto"; y a la tercera "probablemente no".

Jean Pisani-Ferry, un asesor del Sr. Macron, justificó la alarma en un artículo del año pasado. "La supervivencia del euro actualmente depende más del temor de las terribles consecuencias de una ruptura que de la expectativa de que proporcionará estabilidad y prosperidad", él argumentó. "Éste no es un equilibrio estable".

El miedo es un sentimiento poderoso: es el motivo por el cual Grecia todavía está en la eurozona. Pero depender del miedo destruye la creencia en la integración europea. Además, las elecciones nacionales se convierten entonces en enfrentamientos entre defensores y opositores de un impopular "statu quo". Tarde o temprano, es bastante probable que uno de los últimos sea elegido en un país grande. En la actualidad, la eurozona es mucho más estable que hace unos años. Pero la fragilidad continúa existiendo.

Esto nos lleva a las soluciones propuestas por el Sr. Macron. Él ha sugerido una integración fiscal más profunda, con un presupuesto de la eurozona, con un ministro de finanzas y con supervisión parlamentaria, junto con la finalización de la unión bancaria.

¿Funcionaría una agenda federal como ésta? La respuesta es que, aunque fuera alcanzable, sería una solución insuficiente e innecesaria.

El federalismo no representa una respuesta suficiente porque incluso las federaciones se deshacen. Más importante aún, dentro de las federaciones, las regiones deprimidas pueden terminar viviendo de ayuda financiera por siempre. Eso sería pésimo para la eurozona.

El federalismo es ciertamente necesario, pero hasta un cierto punto. Para apreciarlo, necesitamos considerar los defectos subyacentes de la eurozona. Existen tres: una inadecuada distribución de riesgo; una incapacidad de implementar políticas macroeconómicas apropiadas; y un asimétrico ajuste interno.

Cuando se producen pérdidas, es necesario distribuirlas entre los acreedores y los deudores. La mejor manera de hacerlo es a través de mecanismos de mercado, en particular de las instituciones financieras de la eurozona y del financiamiento de capital. Ésta es la principal razón por la que la banca organizada y los sindicatos de mercado de capitales son importantes. Mejores mecanismos para reducir la deuda impagable también son importantes.

La mejor manera de amortiguar los choques negativos temporales específicos de cada país es a través de una política fiscal nacional, apoyada, cuando sea necesario, por fondos de emergencia. De la crisis de la eurozona hemos aprendido que el banco central debe estar dispuesto a actuar como prestamista de último recurso en los mercados de deuda pública de los países afectados por la crisis. De lo contrario, la iliquidez puede ocasionar incumplimientos innecesarios. También hemos aprendido que la política monetaria puede fracasar en compensar los choques negativos en la eurozona. Es probable que también sea necesaria una activa política fiscal.

¿Dónde encaja el federalismo fiscal? Martin Sandbu, mi colega, sostiene que desempeña un modesto papel en amortiguar los choques, incluso en EEUU. El grado de integración fiscal que se requiere para gestionar la distribución de riesgo es bastante modesto: un apoyo del seguro de depósitos y una cantidad limitada de bonos incuestionablemente seguros. Mientras tanto, el presupuesto federal necesario para estabilizar la eurozona parece desproporcionadamente elevado. Una alternativa es utilizar los presupuestos nacionales de manera concertada. Por desgracia, la oposición alemana a las políticas fiscales anticíclicas parece descartar todas esas ideas.

Sin embargo, la pieza faltante más grande de la eurozona no es ni una política fiscal activa ni un apoyo fiscal a largo plazo, sino un ajuste simétrico. Un reciente informe del grupo de expertos Bruegel señala la proporción y el significado de los cambios en la competitividad entre las tres economías más importantes de la eurozona — Alemania, Francia e Italia — desde la creación de la moneda única. El informe muestra la enorme mejora de la competitividad de Alemania en forma de una caída de los costos laborales unitarios relativos. Estos cambios se produjeron porque la remuneración de los trabajadores creció más lentamente que la productividad en Alemania; a un ritmo muy parecido en Francia; y más rápidamente en Italia. Como resultado, la participación de la mano de obra en los ingresos del sector empresarial alemán cayó drásticamente, mientras que aumentó en Francia y en Italia. La combinación de una mayor competitividad con altas ganancias (y por lo tanto ahorros) dio lugar a los enormes superávits de la cuenta corriente alemana.

Desde las crisis, estas divergencias de costos han dejado de crecer, pero no se han revertido. Esto significa que si la demanda interna en la economía francesa o en la italiana fuera lo suficientemente fuerte como para eliminar esa parte del desempleo debido a la deficiente demanda, sus cuentas corrientes experimentarían un significativo déficit. Si también han de mantener posiciones fiscales equilibradas, sus sectores privados también deben incurrir en déficits financieros sustanciales (excesos de gasto sobre los ingresos). Pero tanto el sector privado francés como el italiano persistentemente han mantenido superávits, incluso con bajas tasas de interés. Por lo tanto, es probable que un sustancial endurecimiento fiscal ocasione significativas ralentizaciones domésticas.

La solución propuesta por Alemania a las divergencias de competitividad es que cada país siga su propio modelo. Ha tenido éxito: en 2016, todos los miembros de la eurozona, salvo Francia, tuvieron un superávit en cuenta corriente. La cuenta corriente de la eurozona pasó de un déficit del 1.2 por ciento del producto interno bruto (PIB) en 2008 a un superávit del 3.4 por ciento en 2016.

Si Francia se ve envuelta en una prolongada deflación competitiva, Marine Le Pen podría convertirse en presidenta la próxima vez. El Sr. Macron debe preguntarle a Angela Merkel si la canciller alemana está dispuesta a arriesgarse a obtener este resultado. La reforma en Francia es esencial. También lo es el desarrollo de instituciones que compartan los riesgos. Pero la eurozona también necesita un gran aumento en los salarios alemanes relativos. ¿Se dará? Me temo que no.

©The Financial Times Ltd, 2014. Todos los derechos reservados. Este contenido no debe ser copiado, redistribuido o modificado de manera alguna.

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