¿Por qué esos momentos son tan raros? ¿Por qué parece tan difícil cautivar a quienes nos escuchan, haciéndoles sentir que no hay otro lugar donde quisieran estar más que ahí, frente a nosotros? Porque realmente no es fácil hablar con elocuencia y conectar con quienes nos están escuchando.
A veces creemos que, solo por el rol que ocupamos o por el conocimiento que poseemos, las personas están obligadas a prestar atención. Pero escuchar es una elección, y la diferencia entre ser oído y realmente conectar con los demás está en nuestra capacidad de despertar algo en ellos que les toque el corazón, que haga eco en su mente mucho después de haberse terminado las palabras.
Y para lograrlo, existen dos secretos fundamentales, bien guardados, tan simples como poderosos:
Prepará lo que vas a decir.
Prepárate para cómo vas a decirlo.
Puede sonar obvio, pero pocos lo practican. La mayoría simplemente se para frente a su audiencia (colaboradores, colegas, clientes, etc.), abre una presentación y empieza a hablar. Pero conectar verdaderamente requiere más que datos y diapositivas; se necesita intención, una historia que respire. El primer paso, es preparar lo que vas a decir, no se trata solo de armar una estructura o seguir un guión. Se trata de explorar y construir un mensaje que despierte algo en los demás. ¿Qué historia podés usar para dar vida a tu idea? ¿Cómo podés hacer que lo que compartís no solo sea útil, sino también disfrutable, cercano?
En este punto la empatía con la audiencia juega un rol fundamental. Preguntate: ¿Qué les hará seguir escuchándome? ¿Lo que estoy compartiendo tiene alguna emoción? ¿Da gusto escucharme? Al responder estas preguntas con sinceridad, con toda la humildad posible, porque podemos ajustar nuestro mensaje antes de que sea tarde.
En este proceso se usa papel y lápiz, la creatividad, la investigación, se prepara el discurso en un documento Word con el objetivo de conectar a través de las palabras.
El segundo paso es tan importante como el primero, pero generalmente pasa desapercibido. Prepararte en cómo lo vas a decir significa reconocer que más de la mitad del mensaje que transmitimos llega a través de nuestra comunicación no verbal: nuestra postura, nuestra mirada, nuestros gestos y un 30% se recibe a través de la voz y, aún así, cada tono, cada pausa, cada palabra bien colocada es fundamental. Hablar en público sin preparación es como querer tocar el alma sin afinar el instrumento. Es imposible llegar realmente a las personas si no practicamos cada parte de la entrega.
Algunas preguntas que podrían servir para empezar a analizarte: ¿Qué tan bien manejás tu voz? ¿Cuáles son tus muletillas? ¿Qué hacés con tus manos mientras hablás? ¿Sos consciente de cómo te movés cuando presentás? La autoobservación es el primer paso hacia la transformación. Filmarnos, hablar frente al espejo, grabar nuestra voz, son herramientas poderosas que nos permiten ver en qué podemos mejorar.
Recordá que la magia de hablar en público se construye en la práctica; es ahí donde una presentación cualquiera se convierte en una experiencia que deja huella.
No subestimes el poder que tenés al comunicar. Al final, conectar con los demás es un acto de generosidad. Se trata de darles algo valioso, algo que les inspire, que les mueva, que les dé una nueva perspectiva. Y para lograr eso, no basta solo con hablar: hay que tocar el corazón de quienes te escuchan.