La economista Verónica Serafini, del Centro de Análisis y Difusión de la Economía Paraguaya (Cadep), recuerda que el cuidado “es una actividad esencial para el desarrollo humano y económico, pero sigue recayendo de manera desproporcionada en las mujeres”. Según un estudio que elaboró para el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) y la Secretaría Técnica de Planificación, el trabajo de cuidado no remunerado representa el 10,2% del PIB paraguayo, y si se suma el trabajo doméstico, alcanza el 22,4% del PIB, equivalente a unos US$ 9.000 millones. De ese total, el 80% lo realizan mujeres, lo que significa un aporte de alrededor de US$ 7.200 millones anuales.
“Si tuviésemos que pagar todo ese trabajo invisible, sería un monto superior al de muchos sectores tradicionales de la economía”, señaló la especialista. Sin embargo, ese esfuerzo continúa sin traducirse en autonomía económica ni protección social: las mujeres que cuidan suelen acceder a empleos informales, sin jubilación ni cobertura de salud.
Un desafío humano y económico
Para Hugo Royg, economista y director de la residencia para adultos mayores Taita, el desafío es doble: reconocer al cuidado como política social y convertirlo en un sector regulado, con estándares de calidad y oportunidades laborales. “En Paraguay el cuidado recae casi exclusivamente en las familias, y en la mayoría de los casos, en las mujeres. Cuando el Estado no asume su parte, las familias asumen todo el costo, y las más vulnerables son las que más sufren”, sostiene.
Royg recuerda que en el país existen unas 50 residencias para adultos mayores, muchas de ellas sostenidas por voluntariado o donaciones. “Faltan políticas públicas, marcos regulatorios y fiscalización. En países como Chile, por ejemplo, el Estado cuenta con el programa Chile Cuida, que ofrece cuidadores profesionales a domicilio para dar descanso a las familias. Es una cuestión de dignidad, no de ideología”, subraya.
Desde su experiencia privada, el economista señala que el cuidado puede ser también una actividad rentable y socialmente valiosa, cuando se trabaja bajo el modelo de atención centrada en la persona, que combina aspectos físicos, emocionales y nutricionales. “Una persona bien cuidada vive dignamente sus últimos años”, aclaró.
Guarderías, jornada extendida y corresponsabilidad
El debate sobre el cuidado no se limita a los adultos mayores. También alcanza a la primera infancia, donde las brechas son igual de profundas. En Paraguay, la ley laboral exige que las empresas con más de 50 trabajadores dispongan de una guardería, pero en la práctica casi ninguna cumple esa normativa. “Es un claro ejemplo de cómo las normas existen, pero no se controlan”, lamentó Serafini.
La economista propone integrar el cuidado al sistema educativo mediante guarderías públicas, jornadas extendidas y almuerzos escolares, lo que permitiría que más mujeres trabajen y más adolescentes continúen estudiando. “En Paraguay hay unas 200.000 jóvenes que no estudian ni trabajan porque están cuidando a alguien. Si existieran sistemas de cuidado, ellas podrían incorporarse a la economía formal”, afirmó.
Una inversión con retorno
Lejos de ser un gasto, invertir en sistemas de cuidado genera un retorno económico comprobado. Los niños que reciben atención y estimulación adecuada en sus primeros 1.000 días de vida desarrollan más habilidades, son más productivos y aportan más al fisco en su vida adulta. “Cuando el Estado piensa en inversión, piensa en puentes o rutas. Pero invertir en cuidado tiene incluso mayor rendimiento económico”, aseguró Serafini.
Ambos especialistas coinciden en que el Paraguay necesita una política nacional de cuidados que articule al sector público y privado, promueva la formalización laboral y garantice derechos tanto para quienes cuidan como para quienes son cuidados. Porque al final, cuidar también es producir, y reconocerlo es un paso indispensable hacia una economía más humana y sostenible.

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