Moriya explicó que la calidad de los suelos varía según la región. En Itapúa y parte de Alto Paraná, por ejemplo, los suelos arcillosos ofrecen ventajas importantes frente a la erosión y tienen una mayor capacidad de retener materia orgánica. “Las arcillas forman agregados más resistentes y permiten retener mejor los nutrientes, haciéndolos más disponibles para las plantas”, señaló. A esto se suma la buena distribución de lluvias en esa región, que potencia el rendimiento de los cultivos.
Sin embargo, el ingeniero aclaró que los resultados excepcionales no dependen únicamente de la naturaleza del suelo, sino también de las prácticas de manejo aplicadas. Una de las más relevantes en la actualidad es la siembra directa con cobertura vegetal, sistema que evita remover el suelo de manera constante y mantiene restos de cultivos anteriores o abonos verdes en la superficie.
“El uso de cobertura protege al suelo de la radiación solar, que en un país tropical como el nuestro puede matar a la población microbiana. Estos microorganismos son los encargados de liberar los nutrientes. Además, la cobertura reduce la erosión hídrica y mantiene la humedad, lo que ayuda a enfrentar periodos de sequía”, explicó Moriya.
La cobertura no solo beneficia a zonas de suelos fértiles como Itapúa, sino que también es aplicable en otras regiones, incluso en aquellas con condiciones más desafiantes. En Caaguazú, San Pedro, Concepción o Cordillera, donde la asistencia técnica y el acceso a insumos pueden ser más limitados, la tecnología adecuada puede marcar la diferencia. “Hoy en día se puede producir granos o fortalecer la agricultura familiar en cualquier región, siempre que se acompañe con educación, asistencia técnica y disponibilidad de insumos”, subrayó el especialista.
El caso del Chaco presenta retos adicionales debido a la salinización de los suelos. Allí, la evaporación del agua favorece la acumulación de sales en la superficie, lo que provoca la aparición de los llamados “peladares”, zonas blanquecinas estériles. Frente a esto, la estrategia de cobertura vegetal también cumple un papel preventivo, al reducir la evaporación violenta del agua y minimizar la acumulación de sales. “En el Chaco es más exigente la observación y la planificación, pero perfectamente se pueden aplicar estas prácticas”, sostuvo Moriya.
Además de los beneficios ambientales, las prácticas de conservación del suelo tienen un impacto directo en la productividad económica. Un suelo bien manejado responde mejor a los fertilizantes químicos, reduce las pérdidas por erosión y permite mantener la producción estable incluso frente a fenómenos climáticos adversos.
La experiencia demuestra que el potencial de los suelos paraguayos va más allá de las regiones tradicionalmente productivas. El desafío es extender las prácticas de conservación a todo el país. Moriya enfatizó que esto requiere un trabajo conjunto entre productores, técnicos y empresas, así como el acceso a información y capacitación.
En tiempos donde la presión sobre los recursos naturales es cada vez mayor, la apuesta por un manejo sostenible del suelo no solo garantiza la rentabilidad de los cultivos, sino también la permanencia de la agricultura como motor económico del Paraguay.
“Más allá del tipo de suelo, lo que asegura la productividad es la tecnología aplicada. La cobertura vegetal, la siembra directa y la conservación de la materia orgánica son herramientas que están al alcance de los productores, y son claves para mantener la fertilidad del suelo a lo largo del tiempo”, concluyó Moriya.
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