La red está conformada por unas 50 lideresas de distintas comunidades indígenas y criollas que encontraron en la organización colectiva una forma de potenciar sus saberes ancestrales, generar ingresos y, sobre todo, abrir oportunidades para las nuevas generaciones.
“Lo más importante es que, aunque somos de diferentes culturas y grupos étnicos, las mujeres necesitamos trabajar juntas, aprender unas de otras y buscar la manera de salir adelante”, comentó Friesen en entrevista con InfoNegocios. Esta visión se refleja en la participación activa de comunidades ayoreas, guaraníes, criollas de Pozo Hondo y mujeres de otras localidades chaqueñas que enfrentan realidades muy distintas, pero comparten los mismos desafíos: el acceso limitado a recursos, la falta de infraestructura y la necesidad de fortalecer sus economías familiares.
La red funciona como un espacio de encuentro y capacitación, donde se intercambian conocimientos tradicionales y también técnicas modernas de producción. Las mujeres no solo aprenden a procesar frutos del bosque chaqueño, sino que también adquieren herramientas para mejorar su alimentación, diversificar sus ingresos y participar en ferias locales y nacionales. “Queremos que ellas no solamente provean materia prima, sino que puedan producir y vender directamente, generando un beneficio mayor para sus comunidades”, explicó Friesen.
Uno de los aspectos más valiosos de esta iniciativa es la articulación entre culturas. Cada encuentro reúne a mujeres de comunidades distantes, con problemáticas diferentes. Mientras en los Médanos muchas familias recién accedieron a la energía eléctrica, en Pozo Hondo el aislamiento geográfico obliga a mirar más hacia Argentina que hacia Paraguay en busca de oportunidades. Estos contrastes enriquecen el diálogo y permiten que la red se adapte a las necesidades de cada zona, ya sea dotando de hornos, gestionando acceso a internet o apoyando con movilidad para que las mujeres puedan transportar sus productos.
Aunque los ingresos varían de acuerdo al nivel de organización de cada comunidad, el impacto económico ya es tangible. Solo Tuco’s Factory genera aldedor de G. 100 millones anuales en compras de materia prima a las recolectoras, además de emplear directamente a mujeres indígenas en su planta. Sumando todo el circuito, Friesen estima que el efecto económico de la red ronda los G. 200 millones al año, con potencial de crecer significativamente a medida que más comunidades se sumen y formalicen sus productos.
La organización de estas mujeres no solo tiene un efecto en la economía, sino también en la preservación cultural y ambiental. Muchas prácticas de recolección estaban siendo desplazadas por el consumo de productos industrializados, pero gracias a la red se revalorizan los saberes ancestrales y se transmiten a hijas y nietas. “Cuando conectamos lo que ellas saben hacer con una oportunidad real de mercado, se fortalece el vínculo intergeneracional y también la relación con el bosque, porque la recolección de frutas silvestres no es destructiva”, señaló Friesen.
En apenas dos años, la Red de Mujeres Productoras del Chaco ya realizó tres encuentros presenciales y prepara otro para octubre en el Chaco Central. Cada reunión es más que un taller: es un espacio de empoderamiento donde las participantes comparten realidades, establecen lazos y se apoyan mutuamente. Aunque el camino está lleno de obstáculos –desde la falta de registros sanitarios hasta los altos costos de formalización–, el entusiasmo y la convicción de estas mujeres se imponen como fuerza transformadora.
Más allá de los productos que elaboran, la red representa una plataforma de inclusión y desarrollo en una de las regiones más desafiantes del país. Su existencia demuestra que la cooperación entre culturas puede generar oportunidades sostenibles y que, con el apoyo adecuado, las mujeres del Chaco tienen mucho que aportar al desarrollo económico y social de Paraguay.
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