Con la afirmación que hago en este escrito quiero referirme a que, nuestras creaciones no necesitan estar inspiradas en lo abstracto o en filosofía, por mencionar fuentes complejas. Personalmente, me gusta lo que refleja simpleza o cotidianidad, porque no es el qué, es el cómo, todo depende exclusivamente de lo que hagamos creativamente. Tenemos el poder de convertir algo tomado del día a día, en algo que impacte o que simplemente sea bello. Y no, no quiero decir que lo complejo esté mal, solamente no transmite la sencillez que nos gusta a algunos.
Ahora llegaste al tercer párrafo para que te diga que en este artículo no vas a encontrar una fórmula mágica o matemática para tener ideas brillantes que salven el mundo, si era eso lo que esperabas. Como otros textos enfocados en el proceso de creación, este es uno más que insta a sus lectores a ser disruptivos y creativos, pero recomendando inspirarse en lo simple.
Manuales hay múltiples y muy útiles algunos, pero finalmente cada uno arma un proceso creativo según su universo de conocimientos. Para que este artículo deje algo tangible, un consejo que tomé de esos instructivos, lo apliqué y me sirvió, fue el de dejar madurar las ideas, es decir, cuando se te ocurre algo, anotá lo esencial y dedicate a hacer otra cosa, como ver una película, salir con amigos o jugar Fortnite, para luego retomar el proceso con la mente despejada y darle forma a la idea. Esta técnica lo que evita es que sobre-pensemos y terminemos enredándonos.
“Pero este tipo no me dijo nada al final”, dirán. Perdón señor lector, señora lectora, espero no haberme enredado tanto y que al menos haya sido una lectura entretenida. Quizás este video de un músico contando cómo algo cotidiano de un determinado contexto geográfico y temporal le inspiró a componer una de sus mejores obras, logre explicar mejor que yo mi propio punto. Hasta pronto.
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