Por supuesto. He escuchado a algunos especialistas —sommeliers, enólogos— despotricar o desacreditar esta app con más de 70 millones de usuarios en el mundo. Respeto las opiniones a favor y en contra, pero creo que, como en todo y como dijo un pintoresco personaje una vez: no hay que polemizar.
Sabemos que el mundo del vino es diverso, amplio y, a veces, parece infinito; por ende, tener una referencia, tal vez no tan docta pero sí estadística, puede ser de gran ayuda para navegarlo. No todos saben qué esperar cuando ven una etiqueta que dice Brunello di Montalcino o Rías Baixas. Otros tampoco saben qué es Viognier o Gewürztraminer. Y para estos consumidores, poder escanear con su teléfono una etiqueta y encontrar información fácil de entender sobre opciones del mundo es, sin dudas, valioso.
También es útil para otros menesteres. Yo la uso como registro de vinos catados, porque cuanto más catás, más olvidás. Pero, además, tengo que decir que me divierte sumar reseñas. Y me resulta de gran ayuda cuando busco algún perfil de vino en particular y no lo encuentro en mi memoria.
Creo que, si se utilizan estas herramientas para lo que fueron hechas, son útiles, válidas y valiosas. El problema surge cuando son criticadas desde un lugar que no les corresponde. No es un sistema de puntuación creado por expertos en la materia, es una herramienta estadística que arroja información rápida y sencilla sobre millones de etiquetas de vino del mundo.
Además, no solo es valiosa para los consumidores, sino también para los propios productores y comerciantes, porque el volumen de reseñas y valoraciones ofrece una radiografía muy clara de tendencias, gustos y oportunidades en distintos mercados. Y no es un dato menor que en otros países funcione como un verdadero wine club, con envíos mensuales de botellas y colaboraciones con grandes bodegas.
No es mi intención hacer publicidad de esta app —ni la necesita, por cierto—, pero sí me gusta sacarle ese halo de “la app para los que no saben de vino”; porque me gusta acercar a la gente a la industria y que, si les resulta útil, la usen como lo hacen millones de personas en el mundo.
Al final, mi mamá siempre decía: “mal de muchos, consuelo de tontos”. No sé por qué me vino a la mente cuando empecé a escribir esta columna. Tal vez por esa idea de que lo masivo es necesariamente “no tan bueno”. Podemos discutir si es o no la herramienta perfecta, pero lo que no podemos negar es su impacto: acercar a millones de personas al vino y generar información valiosa para quienes lo producen. Y eso, más que un consuelo, es una oportunidad que no deberíamos desaprovechar.

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