Su participación en el vóley podría decirse que empezó como un saque accidental que dio una maestra inesperada. A los 17 años jugaba en las inferiores del club Rubio Ñu de Trinidad hasta que la pandemia lo sacó de la cancha, al impedir la realización de deportes por contacto. Sin muchas opciones para ejercitarse y como la mayoría, volcado en las novedades de las redes sociales, encontró una convocatoria para un torneo de vóley de playa en la Secretaría Nacional de Deportes (SND).
Su primer contacto con el vóley se dio en su infancia, como muchos ocupaba alguna calle poco transitada o canchas cuya red era una siempre cuerda, en un duelo de 3 contra 3. Sin expectativas, pero con ganas de volver a lo suyo, la pasión por el deporte.
Sin embargo, mientras aún soñaba con triunfar en el deporte rey, entre saques, toques y remates, una entrenadora brasileña de la selección paraguaya de vóley masculino lo vio jugar, vio su potencial y lo invitó a entrenar con el equipo nacional, lo cual él aceptó sin titubear.
El inicio fue largo, puesto que para llegar al Comité Olímpico Paraguayo (COP), donde entrenaba la selección, Ángel debía caminar más de una hora desde su casa, que en ese entonces no era opcional, puesto también estudiaba para el cursillo de ingreso, había vuelto a entrenar para el fútbol y los recursos no sobraban.
“Pasé frío, calor, lluvia y tormentas, pero cada sacrificio tiene su recompensa”, recordó con la firmeza de quien sabe lo que cuesta ganarse un lugar.
Dos años después, en 2022, su constancia dio resultado: fue convocado a su primer torneo internacional en Sucre, Bolivia, clasificatorio al Mundial Sub-18. Aunque no lograron el pase en esa ocasión, días después lo consiguieron en Asunción. El premio: representar a Paraguay en el Mundial de Turquía, pero sería como voleibolista.
Fue cuando Ángel debió decidir con qué cancha se quedaría, porque en aquella época era capitán de Rubio Ñu, puntero e invicto y con posibilidades de ir a probarse en un club brasileño de Primera División.
“Tuve que elegir”, confesó. La tentación por representar al país por el deporte que había sido su primera debilidad pesó más. “Se enojaron conmigo -reconoció-, pero, siempre soñé con jugar fútbol en Primera División. El vóley era un pasatiempo para mí”.
Terminando el torneo de Intermedia con un meritorio tercer puesto, quienes sabían de su potencial en vóley lo volvieron a llamar para otro clasificatorio, esta vez rumbo al Mundial Sub-21 en Tailandia. Esta vez dijo que sí. “Mi situación económica era muy difícil en ese momento, tenía deudas pendientes y la selección de vóley de playa me ofreció una beca deportiva, con lo cual podría acceder a un sueldo, siempre y cuando me dedicara completamente a ese deporte. Podría decirse que se volvió mi trabajo y fue una de las decisiones más difíciles de mi vida, pero en ese momento me salvó la vida y eso lo agradezco de corazón”, admitió.
Fue así que viajó al otro lado del mundo para disputar su segundo Mundial. Una experiencia que definió como “inolvidable”. Haber representado a Paraguay en un escenario tan grande es, hasta ahora, su mayor logro deportivo. Pero no es el único sueño. “Queda pendiente clasificar a unos Juegos Olímpicos o ganar un Panamericano en mi país. Eso sería una locura para mí”, dijo con ilusión.
De hacer pases con los pies, hoy los hace con las manos. A veces la vida te lleva a lugares inesperados, es como dicen no es lo que se planea, sino lo que pasa en el día a día. “No hay imposibles. A veces la situación económica te limita, pero nunca dejé que eso me frenara. Caminé una hora para entrenar, pero valió la pena. Les digo que no se rindan. No les motivo, les exijo: aprovechen cada oportunidad que la vida les da”.
Ángel Palacios no solo juega vóley de playa: encarna el esfuerzo, la resiliencia y la determinación por el deporte. Su historia demuestra que, cuando hay pasión, ni el calor, ni el frío, ni la lluvia detienen a quien quiere llegar lejos. Y él, sin duda, va en camino.
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