Según el boletín del gremio, hasta octubre la industria procesó casi 3,0 millones de toneladas de oleaginosas, de las cuales 2,95 millones correspondieron a soja, lo que implica un aumento del 18% frente a 2024. Además, la utilización de la capacidad instalada trepó al 82%, once puntos más que el año anterior. “En términos de volumen, es el mejor registro de los últimos diez años”, destaca Valdez.
Pero el salto productivo no se tradujo automáticamente en más ingresos. El Banco Central reportó una caída cercana al 25% en el valor exportado del complejo sojero durante el primer semestre, golpeado por precios internacionales más bajos tanto para harina como para aceite, sumados a una reducción en el envío de soja en grano. “Procesamos más, pero ganamos menos. Ese es el desafío central: cómo sostener la competitividad en un contexto de márgenes extremadamente ajustados”, explica el presidente de Cappro.
A esto se sumaron factores logísticos que complicaron el año: las bajantes del río Paraguay y del Paraná redujeron calados, encarecieron el transporte y extendieron los tiempos de tránsito. Además, la incertidumbre por el peaje de la hidrovía generó sobrecostos adicionales en un sistema que mueve más del 80% del comercio exterior del país.
En paralelo, el sector tuvo que prepararse para la normativa europea EUDR, que exige trazabilidad fina y georreferenciada de la producción. Aunque su implementación se postergó para 2026/2027, las industrias ya vienen invirtiendo en sistemas como el SISE-UE, desarrollado junto a otros gremios para anticipar los requisitos del mercado europeo.
Frente a este escenario de presiones múltiples, Cappro enfocó su trabajo en tres frentes: defender la industrialización, impulsar políticas que favorezcan el valor agregado y preparar a la cadena para un entorno global donde la sostenibilidad será clave para competir. “Paraguay sigue dependiendo en gran medida de la exportación de materia prima. Necesitamos un esquema tributario más competitivo y reglas estables que premien la industrialización”, enfatiza Valdez.
La articulación con el Gobierno avanzó, aunque los cambios estructurales aún no se materializan. El gremio participó en mesas con el MIC, el MEF, la Cancillería y Rediex, alineándose con el Plan Paraguay 2035 y aportando información técnica para la agenda de hidrovía y logística. “Hay voluntad de diálogo, pero todavía falta una política industrial moderna y sostenida para consolidar al complejo sojero como motor de desarrollo”, sostiene.
En contraposición a la caída de ingresos, la diversificación de mercados fue uno de los puntos positivos del año. A octubre, los derivados de soja paraguaya (aceite, harina y cascarilla) llegaron a 35 países en cinco continentes, un contraste notable con la soja en grano, que continúa concentrada en pocos destinos como Argentina y Brasil. Además, Paraguay amplió presencia en mercados del Caribe, Europa y Sudamérica con productos agroindustriales.
De cara al 2026, Cappro identifica oportunidades en tres bloques principales: la Unión Europea, donde la trazabilidad podría convertirse en ventaja competitiva; la región andina, con crecimiento en demanda de proteínas vegetales; y mercados de África del Norte y Asia, que expanden su consumo de alimentos balanceados y biocombustibles.
Con un escenario global volátil y un mercado local que todavía busca mayor coherencia regulatoria, Valdez resume el desafío: “Tenemos capacidad instalada, tecnología y potencial para crecer. Lo que falta es acompañar ese esfuerzo con una agenda país consistente”.
Para el próximo año, el gremio se propone profundizar la industrialización local, consolidar a Paraguay como proveedor confiable de aceites y proteínas sostenibles, diversificar mercados, impulsar un pacto de competitividad industrial con el Estado y reforzar el rol técnico e institucional de Cappro.
“Industrializar es crecer: más divisas, más empleo formal y más innovación para Paraguay”, concluye Valdez.
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