René Palacios, gerente de biodiversidad y áreas protegidas de WWF Paraguay, explicó que el programa MaB, creado en 1972, tiene como objetivo establecer una base científica que permita mejorar la relación entre las personas y su entorno natural. Este modelo se sostiene sobre tres pilares fundamentales: la conservación de la biodiversidad, el desarrollo sostenible y la investigación interdisciplinaria.
Actualmente, Paraguay cuenta con tres Reservas de Biosfera reconocidas por la Unesco: reserva de la Biosfera de Itaipú, en la Región Oriental; reserva de la Biosfera del Bosque Mbaracayú, al noreste del país; reserva de la Biosfera del Chaco, en la Región Occidental.
Cada una protege ecosistemas representativos del territorio nacional y resguarda especies emblemáticas de flora y fauna como el lapacho, cedro, timbó y trébol, además del jaguareté, los pecaríes, tortugas y lagartos. “Estas especies son indicadores del buen estado de los ecosistemas. Cuando ellas prosperan, sabemos que los bosques, ríos y suelos mantienen su equilibrio”, dijo Palacios.
“Estas áreas cumplen una función esencial, para la conservación, como para espacios de investigación científica y educación ambiental. Son territorios donde se busca la convivencia sostenible entre las personas y la naturaleza”, añadió.
Además, Paraguay tiene una particularidad frente a otros países de la región: el Ministerio del Ambiente y Desarrollo Sostenible (Mades) incluye también dentro del Sistema Nacional de Áreas Silvestres Protegidas algunas reservas de biosfera de alcance nacional, como la del Chaco y la del Río Apa, ampliando así su alcance y su protección legal.
Cada reserva de biosfera está conformada por tres zonas complementarias, El área núcleo, donde se lleva a cabo la conservación activa de los ecosistemas, la zona de amortiguamiento, que permite actividades sostenibles compatibles con la conservación y la zona de transición, donde comunidades, productores y actores locales conviven, desarrollan actividades económicas y promueven la educación ambiental.
Este modelo, según Palacios, “permite que las reservas no sean espacios aislados, sino dinámicos, donde se genera conocimiento, se impulsa la producción sostenible y se fortalecen las capacidades locales”.
Uno de los pilares fundamentales de las reservas de biosfera es la participación activa de las comunidades locales. En Paraguay, esta gestión se canaliza a través de los Comités de Gestión, integrados por representantes comunitarios, instituciones públicas, organizaciones locales, productores y actores del sector privado.
“El objetivo es que las decisiones se tomen de forma participativa y reflejen tanto las necesidades sociales como los objetivos de conservación”, comentó el representante de WWF. “Una reserva de biosfera no puede funcionar sin las personas; su esencia está en demostrar que la convivencia con la naturaleza es posible”, dijo.
Estos espacios, además, promueven la educación ambiental, la investigación científica y la innovación local, transformándose en laboratorios vivos para el desarrollo sostenible. Sin embargo, las reservas enfrentan grandes desafíos. El cambio climático, los eventos meteorológicos extremos y el cambio de uso de suelo afectan directamente la integridad de los ecosistemas. Los incendios forestales y la expansión agrícola no planificada son amenazas recurrentes que demandan una gestión adaptativa y coordinada.
“Uno de los mayores retos es lograr un equilibrio real entre la conservación y el desarrollo socioeconómico. Las actividades productivas deben ser sostenibles y compatibles con la protección de la biodiversidad”, mencionó Palacios.

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