“Antes viajaba mucho, iba a bailar al extranjero y mi hermana, Perla, en ese entonces formaba parte del ballet municipal. Cada vez que volvía de una función en Lima, Suecia o Alemania, sentía la necesidad de dar clases y transmitir lo que estaba aprendiendo. Fue entonces que un día nos juntamos con mi hermana y decidimos abrir nuestra escuela. Mis padres, que tenían dos salones comerciales sobre las calles 14 y 15 de Mayo (donde vivíamos), nos cedieron un espacio y así empezamos, tímidamente”, relató Miguel Bonnin.
El nombre del estudio fue una inspiración directa del estudio parisino de Raymond Franchetti, director de la Ópera de París, donde Miguel tomó clases. “Me gustaba la seriedad con la que él trataba la danza. No era solo una escuela de ballet, era un estudio de arte”, contó. Así replicó esa filosofía en Paraguay, con la convicción de dignificar la enseñanza y el ejercicio profesional de la danza.
Los primeros años del estudio fueron también años de intensa formación para los hermanos Bonnin. “Nos dimos cuenta de que nos hacía falta entender más sobre la enseñanza y la metodología. Fue así que, durante un verano en el que fuimos a Río de Janeiro a tomar clases, decidimos quedarnos un año y especializarnos. Estudiamos con dos maestras rusas, profundizamos en técnicas y metodologías de enseñanza. Porque bailar no es lo mismo que saber enseñar”, explicó Miguel. A esto sumaron influencias de otros maestros, incorporando conocimientos en danza folclórica y otras disciplinas.
Desde entonces, el estudio mantuvo una línea clara: priorizar la limpieza del movimiento, el respeto por la técnica y el desarrollo integral del bailarín. “La danza es disciplina y precisión, pero también es emoción, sensibilidad y expresión personal”, describió Bonnin.
A medida que el Estudio de Arte Coreográfico Bonnin crecía, también lo hacía su impacto en la escena cultural paraguaya. Su hermano fundó una productora que llevó a escena grandes títulos del repertorio clásico como Don Quijote y Giselle. Las producciones se realizaban con estándares profesionales, tanto a nivel escénico como técnico.
La integración entre el estudio y la productora permitió no solo formar bailarines, sino también brindarles oportunidades reales de presentarse en grandes escenarios, un paso clave para consolidar vocaciones y elevar el nivel de la danza en Paraguay.
“La danza en Paraguay creció muchísimo. Hoy hay más público, más compañías y más hombres estudiando ballet. Antes era impensable”, destacó Bonnin.
Por otro lado, Miguel Bonnin asegura que la danza tiene el poder de transformar vidas. “Tiene beneficios físicos, por supuesto, pero también emocionales. Ayuda a vencer la timidez, a conectar con uno mismo y a canalizar emociones reprimidas”, afirmó.
En una época marcada por el estrés, la hiperproductividad y el ruido, el ballet ofrece una vía distinta. “Quien estudia ballet es una persona más completa. Aprende a dominar su cuerpo y, en ese dominio, encuentra libertad, belleza, fuerza y sensibilidad”, expresó.
Para Bonnin, todo arte necesita disciplina, especialmente el ballet. “Si uno tiene el talento y lo cultiva, las recompensas llegan. No solo en forma de aplausos, sino en realización personal. Uno no puede ser verdaderamente feliz si no desarrolla el talento que Dios le dio”, enfatizó.
El legado de Bonnin trasciende fronteras. Hoy, exalumnos suyos bailan en compañías de Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia y otros países. Algunos son docentes, mientras que otros fundaron sus propias escuelas.
“Hay un bailarín paraguayo que hoy es solista en el Teatro Colón de Buenos Aires y justamente interpreta el papel principal de Don Quijote. También mi hija está bailando actualmente en Canadá. Esto demuestra que el talento paraguayo tiene nivel internacional”, resaltó.
Gracias al trabajo sostenido de instituciones como el Ballet Clásico Municipal —que hoy cuenta con más de 50 bailarines— y de asociaciones como Amigos del Ballet, en Paraguay se puede hablar de temporadas, funciones con entradas agotadas, formación profesional y una comunidad creciente que valora y respalda la danza.
En ese sentido, Bonnin hace un llamado a un mayor compromiso institucional y político con las artes escénicas. “El arte forma ciudadanía, despierta sensibilidad y pensamiento crítico. No es un lujo, es una necesidad”, concluyó.
Tu opinión enriquece este artículo: