La jornada técnica, organizada con apoyo de especialistas en acuicultura, no fue una charla más. Fue una oportunidad para quienes buscan diversificar sus ingresos justo cuando se acerca la veda pesquera, que arrancará el 2 de noviembre. En el caso de las aguas compartidas con Argentina, la medida se extenderá hasta el 20 de diciembre, mientras que con Brasil se mantendrá hasta el 31 de enero de 2026. Es decir, los pescadores deberán pausar su trabajo, pero los piscicultores tienen vía libre para crecer.
Durante la capacitación, los participantes recorrieron estanques, midieron el PH del agua, aprendieron a sexar ejemplares y a controlar el crecimiento de los peces. Son detalles técnicos, sí, pero también la base de un nuevo modelo productivo que empieza a consolidarse en el país.
En Paraguay, el consumo de pescado aún está por debajo de lo recomendado por la FAO, y la mayoría de lo que llega al mercado proviene de la pesca extractiva. Por eso, la acuicultura aparece como una respuesta concreta para equilibrar oferta y demanda, especialmente en tiempos de veda. Con estanques bien manejados, las familias rurales pueden mantener una fuente de ingreso estable durante los meses en que los ríos descansan.
El interés no surge por moda, sino por necesidad. Los productores enfrentan costos crecientes en los rubros agrícolas tradicionales y ven en la cría de peces, como tilapia o pacú, una alternativa rentable, de bajo impacto ambiental y con demanda asegurada. Las experiencias locales demuestran que, con asesoría adecuada y control sanitario, es posible lograr buenos rendimientos sin grandes inversiones iniciales.
La jornada en Arroyos y Esteros sirvió también para compartir esas experiencias entre pares. Varios participantes coincidieron en que la clave está en el acompañamiento técnico, pero sobre todo, en la perseverancia. “El estanque no da frutos en un día; es un trabajo constante, pero da resultado”, contó otro productor que ya inició su segunda cosecha.
Más allá de la técnica, lo que se respira en estas capacitaciones es optimismo. La idea de criar peces no como pasatiempo, sino como negocio familiar, empieza a tomar forma. En regiones donde las oportunidades laborales escasean, la acuicultura ofrece una alternativa que combina tradición, innovación y resiliencia.
El desafío ahora está en sostener ese impulso. Que el conocimiento no se quede en los cuadernos, sino que se traduzca en producción real. Si el país logra articular capacitación, financiamiento y acceso a mercados, la piscicultura podría convertirse en uno de los motores del desarrollo rural.
Mientras tanto, los ríos se toman su merecido descanso y los estanques de Cordillera comienzan a llenarse de vida. Allí, en el silencio del agua quieta, los productores descubren que el futuro también puede nadar.

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