Creer que solo “estar en redes” equivale a ganar relevancia, es una equivocación muy común en la mayoría de los rubros. Para muchas empresas, la visibilidad digital y el volumen de seguidores es su indicador de reputación, pero una marca no se construye en scroll, sino en la memoria a la hora de elegir.
No es raro escuchar frases como “hacemos marketing digital porque ya no hace falta estar en medios tradicionales”, o “lo importante es aparecer en Instagram”. Esa mirada reduccionista genera marcas frágiles, dependientes de la volatilidad del feed y la fugacidad del like. Las redes son un canal, no una identidad y no reemplazan a la estrategia publicitaria, solo la amplifican o en su caso la exponen.
El espejismo de la visibilidad
Las redes sociales dan esa exposición mencionada más arriba, pero no necesariamente otorgan autoridad. Una empresa puede lograr miles de interacciones sin generar un verdadero anclaje en la mente del consumidor, o llegar a conseguir cierta audiencia, pero no tener reconocimiento. Estar presente no es lo mismo que ser percibido como confiable.
La publicidad digital tiene una gran ventaja táctica, ya que segmenta, mide y permite conversación inmediata. Pero estrategia no es solo lo que se ve en el celular, sino lo que se logra con un mix bien diseñado.
Cuando la construcción de marca se apoya exclusivamente en redes, se corre un riesgo silencioso, porque la empresa queda atrapada en la lógica del momento, no en la del valor.
Los medios tradicionales siguen marcando legitimidad
En mercados altamente competitivos como Estados Unidos, Europa, Brasil, México o Argentina, las marcas líderes nunca abandonaron los medios masivos. No porque sean nostálgicos del pasado, sino porque saben que credibilidad y presencia cultural se construyen en espacios donde la validación social es más amplia y transversal, y la mezcla comunicacional combina ambos mundos, obviamente con criterios y jerarquías.
La televisión sigue siendo clave para instalar mensajes a escala. La vía pública (hoy híbrida entre físico y digital) mantiene su fuerza como símbolo de estatus y recordación. La radio conserva un lugar emocional y de hábito. La prensa (sobre todo en sus versiones digitales) continúa siendo referencia cuando se busca información con peso editorial. Estos medios construyen contexto y las redes replican ecos.
Cuando todo se apuesta a las RRSS
Hay un síntoma común que se repite en empresas que invierten en redes, esperando resultados de valor de marca profundo, cuando en realidad solo están comprando fugacidad. Buscan alcance, pero sin “territorio reputacional” previo. Se vuelven dependientes de la métrica inmediata, no del valor sostenido.
Otro problema es la fragilidad de la marca. Dependencia excesiva del algoritmo, de tendencias externas, del humor del timeline o de la visibilidad prestada por influencers. Basta una caída de plataforma, un cambio de reglas o un desplazamiento del interés social para que todo esa “fuerza” se diluya.
Lo que se construye exclusivamente en redes, desaparece con la misma velocidad con la que apareció.
El verdadero rol de las redes
Esto no significa subestimar el ecosistema digital. Todo lo contrario. Las redes son imprescindibles, pero dentro de un orden estratégico. No sustituyen el posicionamiento, sino que lo expanden. No reemplazan la reputación, pero sí la distribuyen. Funcionan cuando son consecuencia, no cuando son origen.
Las marcas fuertes combinan medios, narrativas y presencia multiplataforma. Saben que el feed no es el escenario principal, sino la conversación posterior. El mensaje se consolida porque primero existe en el mundo real, no porque se viraliza en el virtual.
La publicidad digital es una herramienta muy valiosa, pero no es suficiente por sí sola. La estrategia necesita verse, pero también sostenerse donde hay reputación, responsabilidad y memoria colectiva.
Porque una marca sin presencia afuera, vive atrapada en sus redes.

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