Allí, alrededor de 100 familias integran el Comité de Productores de Timbo’i, que cada año amplía su producción con una receta simple pero efectiva: organización, acompañamiento técnico y diversificación de cultivos. La sandía sigue siendo el producto estrella, pero el sésamo negro empezó a ganarse su lugar como una nueva apuesta rentable que despierta entusiasmo entre los agricultores.
“Estamos cosechando cebolla, plantando sandía y ya apostando fuerte al sésamo negro”, contó Héctor Cáceres, presidente del comité, mientras supervisaba los primeros surcos de la nueva siembra. En total, el grupo trabaja unas 50 hectáreas, distribuidas en parcelas familiares que se complementan entre sí durante el año.
El trabajo comunitario permitió mejorar la producción y la comercialización. Con apoyo técnico y semillas provistas por la Dirección de Extensión Agraria (DEAg), los productores lograron profesionalizar su labor, optimizar costos y mantener la calidad del producto. Pero más allá de la asistencia, el verdadero cambio vino de adentro: de la decisión de producir mejor y vender juntos.
El sésamo negro se presenta como el nuevo protagonista. “Si el tiempo acompaña, vamos a tener una buena cosecha este año. Calculamos cerca de 100.000 kilos, y el precio ronda los G. 12.000 por kilo. Eso nos anima mucho”, señaló Cáceres. En números concretos, la comunidad podría generar más de G. 1.200 millones solo con este rubro, un alivio importante para un distrito donde el trabajo rural sigue siendo el principal sustento.
La sandía, por su parte, mantiene su rol histórico: es el cultivo más visible, el que llena los camiones en diciembre y enero, y el que da trabajo a toda la familia. “En temporada, todos ayudamos. Es cansador, pero también gratificante ver el fruto del esfuerzo”, comentó el dirigente.
Aprender para producir mejor
Uno de los factores clave del crecimiento de Timbo’i es la asistencia técnica constante. Los ingenieros agrícolas visitan las fincas con frecuencia, asesoran sobre el uso de fertilizantes, el control de plagas y las técnicas de riego. Pero más que enseñar, acompañan. “Nos orientan sobre qué productos usar, cuándo sembrar o cómo cuidar los cultivos. Es una ayuda enorme porque antes hacíamos todo a ojo”, relató Cáceres.
La comunidad también incorporó prácticas sostenibles. En algunos lotes, los agricultores implementan sistemas de rotación de cultivos y uso racional del agua para cuidar el suelo. “El cambio climático nos obliga a adaptarnos. A veces el exceso de lluvia o la sequía nos complica, pero aprendimos a planificar mejor”, agregó.
Lo que ocurre en Timbo’i no es un caso aislado, pero sí un ejemplo de cómo la agricultura familiar organizada puede generar desarrollo real. No se trata solo de sembrar: se trata de coordinar esfuerzos, compartir conocimientos y negociar en conjunto. Eso les permite tener más peso frente a los intermediarios y acceder a mejores precios.
Mientras la sandía madura bajo el sol y el sésamo negro florece en los surcos, la comunidad ya piensa en el futuro. Quieren ampliar las áreas de siembra, incorporar maíz y poroto, y seguir capacitándose. “La meta es crecer sin perder la unión. Cuando trabajamos juntos, las cosas salen mejor”, resume Cáceres.
En Timbo’i, cada semilla sembrada lleva una historia de esfuerzo. Entre la esperanza y el trabajo colectivo, este pequeño rincón de Itapúa demuestra que el desarrollo también germina en el corazón del campo paraguayo.

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