“La mayoría de los técnicos que hacemos iluminación trabajamos en teatro. Somos actores que no nos sentimos cómodos en ese lugar”, confesó Martín. Su vínculo con el arte comenzó en su ciudad natal Oncativo (provincia de Córdoba), cuando un profesor de filosofía (quien también era profesor de teatro de su ciudad en aquel tiempo) lo animó a subirse a las tablas. Pero él pronto entendió que su lugar estaba en otro costado de la creación: “Intenté actuar, pero me sentía muy mal en ese lugar. Me di cuenta de que disfrutaba más cuando ayudaba en las puestas de las obras, cuando me sentaba frente a una consola y empezaba a entender el poder de la luz”, contó.
Ese descubrimiento, marcó el inicio de un camino que lo llevó a transitar por diferentes oficios, hasta que, ya instalado en Paraguay, decidió apostar por completo al teatro. “Cuando conocí a Jazmín Mello, mi compañera de mi vida, un día dijimos: ¿y si intentamos vivir del teatro? Fue una apuesta. Hicimos cursos, trabajamos con gente que tenía una historia enorme, como nuestro iluminador más antiguo, que iluminó desde Silvio Rodríguez hasta el elenco de Escuela. Y desde hace diez años vivo de esto”, relató.
La experiencia de Pizzichini está marcada por el aprendizaje constante y la observación atenta. Desde sus primeras colaboraciones con el elenco del Parque Carlos Antonio López, encabezado por Moncho Azuaga, hasta obras significativas como Niño Pájaro (homenaje a Alejandra Pizarnik) de César Rivarola y Edu García o montajes dirigidos por Jorge Báez, su trabajo fue adquiriendo un carácter cada vez más autoral. “Creo que trabajé con el 90% de los directores vivos de Paraguay”, dijo.
Para Martín, la iluminación es más que una cuestión técnica: es una forma de interpretar la escena, de acompañar el relato. Sin embargo, reconoce que detrás de esa búsqueda artística existen obstáculos que trascienden lo estético. “Los avances tecnológicos en materia de iluminación permiten que casi todo sea posible. Las limitaciones, por lo general, son económicas. Hay producciones donde los recursos no alcanzan, o espacios que no están preparados para ofrecer las condiciones óptimas”, explicó.
A eso se suman los desafíos estructurales del trabajo escénico. “Todavía falta tiempo para que el equipo técnico, el iluminador, el escenógrafo, el vestuarista pueda trabajar en conjunto desde el inicio del proceso. La iluminación no puede pensarse separada del color del vestuario o de la textura de la escenografía. Lo ideal sería que todo el equipo técnico tenga casi el mismo tiempo que los actores para llegar al resultado deseado. Pero muchas veces nos encontramos todos en la última semana, tratando de hacer convivir esas partes”, detalló.
Aun así, el desafío no lo desalienta. Lo asume como parte del juego teatral, de esa convivencia entre lo posible y lo imaginado que define la creación escénica: “Uno trabaja con las potencialidades y las limitaciones del espacio, del espectáculo, de los recursos. Y ahí también está el arte”, resaltó.
“Decía hace 100 años Adolphe Appia, "La luz es el alma del teatro moderno", hoy la iluminación no solo alumbra, la iluminación acompaña el relato. Hay una figura relativamente nueva que es el diseñador de luces, que es una persona que aparte de tener conocimientos técnicos, puede generar un diseño de los movimientos, de las posiciones, de los equipos para que acompañen ese relato. Es algo que cada vez va ganando un poquito más de protagonismo. Estamos un poco atrasados con respecto a algunos otros países, pero el camino es que vamos hacia allí. No se puede prescindir ya de la iluminación, eso se nota mucho”, enfatizó Martin.
En ese equilibrio entre la precisión técnica y la sensibilidad narrativa radica, para Pizzichini, el verdadero arte de iluminar. Su tarea no es solo encender un escenario, es revelar emociones, tensiones y climas invisibles. “El público tal vez no pueda identificarlo con palabras, pero lo siente. Sabe cuándo algo está hecho con planificación, con amor y con coherencia”, afirmó.
En los últimos años, el sector artístico paraguayo comenzó a dar pasos significativos hacia la profesionalización y el reconocimiento laboral de quienes integran su ecosistema. Uno de los avances más celebrados por Pizzichini es la reciente implementación del seguro social para los artistas.
“Es histórico, es un derecho que ya estaba en la ley, pero que recién ahora se hace efectivo. Que los artistas puedan aportar al IPS no solo nos protege en términos de salud y jubilación, también tiene una dimensión simbólica enorme: nos reconoce como trabajadores”, reflexionó. “Lo que hacemos es trabajo, es producción, es generación de recursos, es riqueza cultural. Y eso tiene que ser entendido también desde las políticas públicas”, agregó.
Para él, este paso debería abrir la puerta a una mirada más amplia sobre el desarrollo cultural del país: “No se trata solo de hechos puntuales, se trata de poder pensar políticas culturales verdaderas, sostenidas en el tiempo, que acompañen la formación, la creación y la vida del artista”, puntualizó.

                            
                
                            
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