En Paraguay la informalidad era la regla. Incluso ahora, cuando en la dinámica de los negocios la tendencia dominante es la formalidad, hay quienes siguen afirmando que básicamente en la práctica la actividad comercial es amoral. Murmuran o proclaman, según la ocasión y la audiencia, que, aunque la vida empresarial no es necesariamente inmoral, la ética en los negocios es relativa. Todo, dicen, depende del interés de las partes y no existen convicciones inamovibles o corrección en la manera de actuar; es el dinero el cristal con que se mira; por la plata baila el mono. Son afirmaciones falsas y, además, anacrónicas. Hasta desde una perspectiva limitada, meramente empresarial, hoy predomina una operativa que valora la honestidad y la transparencia como prácticas convenientes. La corrección en los criterios y procedimientos es rentable y da sustentabilidad a los negocios.
Si bien las empresas enfrentan diariamente nuevos retos y riesgos, más temprano o más tarde, los mejores mercados exigen operar con honestidad y transparencia. Los daños económicos y la gravedad del descrédito que pueden causar los incumplimientos normativos y la corrupción son enormes.
La reputación de toda empresa es un activo valiosísimo que puede fracturarse o desaparecer en un abrir y cerrar de ojos. La confianza es la base de los negocios exitosos y crece y se garantiza con conductas éticas exigibles y ajustadas al marco legal.
La costumbre de cumplir
Por un lado, los medios de comunicación y las modernas tecnologías de la información y la comunicación propician una mayor transparencia corporativa. Por otro lado, una mala imagen empresarial perjudica la posición competitiva, que puede desaparecer en un flash. Estos factores van configurando una cultura caracterizada por un compromiso social que, para las empresas, es cada vez mayor. Esta cultura impregna progresivamente el tejido empresarial y fortalece las razones que obligan a las empresas a cumplir las normas, asumiendo la responsabilidad que tienen respecto a sus clientes, colaboradores, proveedores y toda la comunidad.
En términos amplios, el término compliance, o cumplimiento en español, significa seguir las reglas. Pero el mismo no se limita al cumplimiento de las reglas externas, como leyes y normas, sino que se extiende a la observancia de las reglas, políticas y procedimientos internos de una empresa, tanto como al deber de actuar según prácticas éticas. Esto debe articularse en una cultura que influye sobre los colaboradores, proveedores y clientes, determinando los aspectos de su actividad, su misión empresarial y su visión del negocio. El elemento fundamental para empezar a desarrollar una cultura de compliance es el Código de Conducta, que debe tener en cuenta los tres elementos básicos de la conducta ética: comunicación, confirmación y corrección.
Comunicación
Establecidos los lineamientos del compliance en un código de conducta, los líderes de una empresa deben comunicarlos claramente al personal, proveedores y clientes. Luego, en lo cotidiano, deben asegurarse de emitir recordatorios sobre las reglas del código y asegurarse que su acatamiento resulte en premios, recompensas y ascensos, tanto como en que su incumplimiento se sancione. A su vez, la comunicación requiere que la empresa produzca y almacene los documentos necesarios para probar que cumple con sus obligaciones legales, regulatorias y éticas.
Las personas involucradas en el giro de la empresa deben recibir un mensaje claro y consistente: la compañía y las personas que involucra no solo cumplen con sus obligaciones legales y éticas, sino que lo prueban. El discurso y la acción deben apuntar: “No toleramos el incumplimiento. Nuestros clientes y socios comerciales saben que pueden confiar en nosotros. No solo generamos documentos para probar que cumplimos, sino que los usamos para medir nuestras oportunidades para mejorar y progresar para cumplir nuestras metas”.
Confirmación
Una cultura de compliance también requiere la incorporación de mecanismos de control que revelen cuando alguien ordena a otro que haga algo indebido. Estos se basan en controles de autorización y autenticación que especifican quién puede hacer qué y proveen evidencia de qué se hizo. La abundante historia de los escándalos corporativos está plagada de ejemplos de personas que abusaron de su poder y sistemas que no dejaron evidencia de esos abusos a tiempo. Los controles deben ser capaces de identificar las personas y procesos que quebrantan los límites establecidos. Eso permite que los administradores y auditores fiscalicen las actividades y eventos durante su desarrollo, tanto como sus efectos sobre la empresa.
Asimismo, la confirmación supone un preciso equilibrio de controles preventivos, de detección y de corrección, respaldados en testimonios imparciales y documentos objetivos.
Corrección
Un tercer elemento clave para una cultura de compliance es la corrección. Involucra un efectivo manejo de incidentes, tanto como la identificación y análisis de la causa fuente de cada problema para corregirla. No se trata solo de atender los síntomas. Un robo de información, por ejemplo, revela cuán necesario es tomar medidas de seguridad preventivas ante de la amenaza de virus y hackers.
La corrección es, además, táctica y estratégica. Comprende notar aquellos cambios en los objetivos comerciales, el mercado, el ambiente de negocios, la tecnología y el ámbito regulatorio involucrados en el giro de una empresa, que indican una necesidad de tomar acciones correctivas a corto y largo plazo.
Los beneficios
En el sesgo indicado, una cultura de compliance bien diseñada e implementada contribuye a que una empresa se adapte al cambio social y logra que las personas involucradas no se limiten a seguir indicaciones y atiendan al código de conducta de la compañía. Cuando esta lógica perdura en el tiempo y los hechos se enmarcan en los dichos, mejora la percepción del público y la buena reputación, al punto de compatibilizar las eficiencias operativas con la ética de la responsabilidad y la rentabilidad para la empresa.
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