“La esencia del lugar empezó siendo una destilería de caña. Después, con el tiempo, mi papá convirtió todo en una quinta familiar, sin fines comerciales”, contó Martínez. En aquellos tiempos, solo una persona tenía acceso a la quinta: el querido monseñor Celso Yegros, quien realizaba allí sus retiros espirituales anuales.
Pero la historia no termina allí. Don Ignacio también tenía su propio tambo, y con la leche producida se abastecía la icónica heladería Tropicana, ubicada en el centro de Paraguarí. Esa heladería sigue vigente hasta hoy, manejada por uno de los hermanos de Emi, al igual que el Hotel Tropicana.
Hoy, Quinta Tropicana abre sus puertas al público, renovada y lista para recibir a quienes buscan una experiencia íntima con la naturaleza, sin renunciar al confort. Desde noviembre del año pasado, Emi se hizo cargo de la gestión del lugar y le devolvió vida con una propuesta cálida y auténtica.
La cabaña principal conserva el diseño original de su padre: una construcción rústica, cargada de recuerdos, ideal para grupos de hasta 10 personas. Cuenta con tres habitaciones, una amplia sala comedor climatizada, cocina completamente equipada, parrilla, tatakua y un área especial para asado a la estaca, una joya poco vista, diseñada originalmente para los grandes festejos familiares del coronel Pedro Julián Miers, abuelo de Emi.
“Es una casa muy familiar, pensada para compartir con gente de confianza. Tiene alma, tiene historia. Incluso, adentro está la foto del monseñor Yegros que él mismo regaló a mis padres en agradecimiento”, recordó Emi.
Además de la cabaña, la propiedad cuenta con una zona de camping independiente, con baños exclusivos, espacio para fogatas, y toda la tranquilidad que ofrece estar inmerso en plena naturaleza.
Uno de los tesoros del lugar es el agua de vertiente que baja directamente del cerro, utilizada tanto en la pileta como en la casa. “Es agua purísima. Mi padre mandó a analizarla y no le falta nada. Siempre tomamos de ahí”, aseguró.
Quienes se alojen podrán también explorar senderos, visitar los antiguos espacios de la destilería y el tambo, y vivir noches mágicas bajo un cielo estrellado. “A la noche no te imaginás lo que es este lugar. Es algo que tenés que vivir para entenderlo. Es para los que realmente aman la naturaleza”, dijo Emi.
El costo por pareja es de G. 850.000 por noche, y lo mejor es que el check-in es a las 10:00 y el check-out a las 16:00 horas, mucho más flexible que el estándar de 24 horas. “Nos importa que la gente realmente pueda disfrutar del lugar, de la pileta, del entorno, no solo venir a dormir”, explicó.
Con sueños a flor de piel, Emi ya proyecta nuevas ideas para el lugar: recuperar la tradición del azúcar rubio artesanal y desarrollar una pequeña cría de tilapias en los estanques naturales que abundan en la propiedad. Todo siempre con un enfoque sustentable y respetuoso con la historia del lugar.
Tu opinión enriquece este artículo: