Es cierto que algunas personas parecen tener un don de nacimiento, sin embargo, es una gran minoría. Se estima que solo entre un 10 y un 15% de la población tiene una predisposición natural para hablar en público. Son personas que con su confianza natural o su extroversión, logran captar la atención con facilidad.
Pero, ¿qué pasa con el resto? El 85-90% de nosotros no nacimos con ese "talento". Muchos comenzamos con nervios, inseguridades o incluso pánico escénico. Sin embargo, hay una verdad poderosa que pocos mencionan: la oratoria no es una cuestión de nacimiento, es una habilidad que se puede aprender. Y lo mejor de todo es que cualquier persona, con la práctica y las herramientas adecuadas, puede convertirse en un orador magnético.
Imaginate que hoy empezás tu primer día en el gimnasio. Tus músculos, inactivos por tanto tiempo, te duelen al día siguiente. Incluso descubrís, con el dolor, partes de tu cuerpo que no sabías que existían. Es incómodo, incluso frustrante. Lo mismo sucede cuando comenzamos a hablar en público: "nos duele". Nos sentimos torpes, inseguros, y cada palabra parece una montaña que escalar. No sabemos cómo pararnos, cómo organizar el mensaje y, mucho menos, cómo conectar con quienes nos escuchan.
Sin embargo, con el tiempo, ese dolor inicial se transforma. A medida que entrenamos nuestros músculos con constancia y dedicación, la incomodidad desaparece y nuestro cuerpo empieza a fortalecerse. En la oratoria ocurre lo mismo: a través de la práctica, del estudio de técnicas, viendo videos, escuchando podcasts, o incluso con la ayuda de un coach, comenzamos a sentirnos más seguros. Poco a poco, aprendemos a manejar los nervios, a estructurar nuestro mensaje, y lo más importante, a conectar emocionalmente con quienes nos escuchan.
No se trata solo de hablar bien, sino de transmitir una emoción, de influir y de inspirar. Hablar en público no es un arte que está reservado para unos pocos. Es un gran poder al alcance de todos, y lo mejor de todo es que, como cualquier músculo, solo necesitas entrenarlo para brillar.
Así que, la próxima vez que te toque hablar en público, recordá: No se trata de tener un don, sino de practicar. Y esa práctica está en tus manos.
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