“Esto se entrelaza con el servicio que ofrezco. Me dedico a escuchar y entender las aspiraciones y emociones de mis clientes, transformando sus deseos en joyas únicas que representan elegancia y distinción y evocan recuerdos y significados personales. Cada detalle en mis creaciones está diseñado para ofrecer una experiencia única y profundamente conectada con quienes las llevan”, afirmó.
Uno de los mayores retos al establecer su emprendimiento fue la gestión de las expectativas del cliente, dado que cada joya se crea manualmente y se ajusta a la visión específica de aquel. “Cada creación es una manifestación del deseo del cliente y requiere una atención meticulosa a cada detalle para asegurar que la pieza final cumpla con su visión”, explicó la orfebre.
Además, como cada joya se realiza completamente a mano, es fundamental coordinar cuidadosamente el tiempo de producción para alinear “nuestras capacidades con las expectativas del cliente, asegurando siempre un resultado excepcional”.
Franco comentó que el proceso artesanal de la filigrana es extremadamente laborioso. El primer paso implica preparar el metal para que sea lo más maleable posible, lo que incluye su aleación y tratamiento. A partir de ahí, se procede a trefilar el metal, convirtiéndolo en hilos increíblemente finos, tan delgados como un cabello humano.