Javier, gerente de una compañía, estaba presentando los indicadores más importantes del año anterior junto con las metas y proyectos para el año que comenzaba. Por el rango que tenía, todos en la sala parecían atentos: no sacaban los ojos de la pantalla, asentían con la cabeza, seguían cada diapositiva.
Al terminar, Javier preguntó si alguien tenía dudas. Silencio total. Algo bastante habitual. Dio por cerrada su exposición y se fue convencido de que su mensaje había llegado claro.
Pero unas semanas después, en una reunión más reducida, volvió a preguntar sobre lo que había compartido. Para su sorpresa, nadie recordaba un solo dato. Ni un indicador, ni una meta.
“¿Cómo puede ser?”, se repetía. “Si todos estaban concentrados… si parecían tan atentos…”
Lo que le pasó a Javier es lo que les sucede a muchos líderes en el día a día. Pasan gran parte de su tiempo comunicándose: piden resultados, venden ideas, delegan tareas, impulsan a otros a cumplir con responsabilidades… pero no siempre logran hacerlo con éxito. Porque comunicar no es solo transmitir información, es lograr que el mensaje deje huella, que conecte y movilice a quienes lo escuchan.
Por eso quiero darte 5 ideas que podés aplicar cada vez que hables frente a otros: tu equipo de colaboradores, tus pares, tus superiores o incluso un grupo de clientes. Pensá en la cara de tu audiencia y descubrí cómo podés aplicar estas claves en tu día a día.
Integra emociones en tu conversación
Añadir emoción no significa volverse melodramático, sino ser intencional. Cada frase que digas debería provocar algo en quienes te escuchan. Antes de tu próxima presentación, pregúntate: ¿Qué van a sentir las personas al escucharme? Si la respuesta es “nada”, entonces es momento de replantear tu enfoque.
Las emociones aparecen cuando logramos que las personas se rían, sientan intriga por lo que viene, se les erice la piel, o quieran aplaudir porque se identifican y se enorgullecen de lo que escuchan.
El desafío es aprender a reconocer y usar las emociones en el entorno laboral. No basta con pensar solo en alegría, enojo o tristeza. Para conectar con equipos, pares o clientes, necesitamos explorar una gama más amplia: frustración, optimismo, ambición, admiración, calma, entre muchas otras.
Cuando envolvés tu mensaje con estas emociones, tu audiencia no solo recibe información: hace un viaje emocional que la conecta con vos y con lo que querés transmitir.
Utiliza historias reales
Cada informe o dato que compartís esconde una historia detrás: representa a una persona, a un desafío, a un logro o a un aprendizaje. Por eso, no te limites a mostrar números o resultados. Envolvelos en un relato: una conversación con un cliente, una experiencia con un colaborador, una situación con un proveedor o algo que ocurrió en el mercado y te hizo pensar.
Podés recurrir incluso a analogías, como los deportes o la vida cotidiana. Lo importante es que las historias sean tuyas, reales, que la audiencia no haya escuchado antes. No hace falta recurrir a los ejemplos famosos de Bill Gates o Steve Jobs. Lo que más conecta es lo cercano, lo auténtico.
Cuando contás una historia propia, sorprendés, generás empatía y, sobre todo, lográs que tu mensaje sea recordado con el tiempo.
Habla desde la vulnerabilidad y no desde la perfección
Vivimos en un mundo donde la vulnerabilidad suele confundirse con debilidad. Por eso muchos líderes intentan proyectar seguridad absoluta, éxito constante, control total. Y cuanto más alto es el cargo, más fuerte parece esa necesidad.
Pero la verdad es otra: mostrarse vulnerable no te hace débil, te hace humano. Y la humanidad es lo que genera conexión.
Podés compartir aquello que no se te da bien: un deporte, un idioma que intentaste aprender, un instrumento que nunca lograste tocar. Mostrarte tal cual sos, con tus dudas y fracasos, despierta en tu audiencia empatía y cercanía, porque todos tienen sus propias inseguridades.
Cuanto más perfectos intentamos parecernos, más inalcanzables nos volvemos. Y nadie se conecta con la perfección. La admiran, sí, pero no se identifican. Si querés ser un líder que influya de verdad, primero necesitás que te sientan cercano. Y eso solo ocurre cuando mostrás tu lado vulnerable.
Incluí espacios de reflexión o dinámicas
No se trata solo de lo que decís, sino de lo que las personas hacen con eso que escuchan. A veces, hablar menos es la mejor manera de conectar más.
Proponé ejercicios breves, dinámicas en grupos pequeños o espacios de reflexión donde cada uno pueda apropiarse del mensaje. De esa forma, la reunión no queda en un simple “delivery de información”, sino que se convierte en aprendizaje compartido.
Y ojo: no se trata de la típica pregunta al final de la presentación, “¿alguien tiene consultas?”, porque casi siempre el silencio responde. En cambio, invitá a diseñar preguntas sobre lo expuesto, a esbozar un plan de acción o a debatir cómo aplicar lo aprendido. Eso genera participación real.
Practicá tu oratoria
Más del 80% de lo que comunicamos no está en las palabras, sino en el cuerpo y la voz. Por eso, mejorar tu oratoria no es un detalle menor: es la llave que hace que tu mensaje llegue con fuerza.
Trabajá en tu lenguaje verbal y no verbal: cómo usás la mirada, los silencios, los gestos, la sonrisa. Aprovechá tus diapositivas como complemento y no como guión que leés. Movete con intención, modulá la voz, eliminá muletillas.
Porque tu mensaje puede ser valioso, pero si no lo entregás bien, jamás va a conectar con tu audiencia. La forma de decirlo es lo que transforma la información en influencia.
Javier entendió que no bastaba con tener los mejores indicadores o las metas más claras. Lo que faltaba era que su equipo se apropiara de ese mensaje, que lo sintiera suyo. Y eso se logra aplicando estas cinco claves: emoción, historias, vulnerabilidad, reflexión y oratoria. Cuando las integres a tu comunicación diaria, no solo te van a escuchar, sino que van a recordar y actuar.
Porque no se trata solo de que te escuchen. Se trata de lograr que tu mensaje siga vivo.

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