Parece que si una acción no tiene métricas asociadas, no sirve. Pero esa lógica, trasladada con rigidez a lo comunicacional, puede ser un atajo peligroso. Porque hay impactos que son más profundos, más duraderos y más estratégicos, aunque no se reflejen en un clic, una impresión o un porcentaje de conversión. Y a esos, muchas veces los estamos dejando fuera del radar.
¿Qué son los KPIs y para qué sirven?
KPI significa “Key Performance Indicator”, o indicador clave de rendimiento. Son parámetros que nos ayudan a evaluar si una acción está funcionando según lo planteado y proyectado. Obviamente, son valiosos, pero el problema surge cuando confundimos los indicadores con los objetivos en sí.
No hay campaña sin KPIs. No hay inversión sin reporte. Pero tampoco debería haber estrategia sin criterio, porque muchas veces lo que no se puede medir también construye valor.
Un contenido puede tener bajo alcance y, sin embargo, generar una conexión genuina con un grupo de personas. Una vocería en una situación de crisis puede evitar una escalada institucional, aunque eso no aparezca en ningún dashboard, no tenga engagement y no genere leads.
Una historia bien contada puede posicionar una marca en la mente y el corazón del público, aunque el algoritmo no lo registre.
Los límites de lo cuantificable
El gran riesgo de obsesionarnos con los números es que empezamos a priorizar lo que rinde métricamente por encima de lo que genera impacto estratégico.
Existen campañas que no precisamente buscan vender más, sino cambiar la conversación sobre ciertos estereotipos. No son pensadas para generar clics, sino para instalar una narrativa, tener impacto global, potenciar años de vigencia o un posicionamiento renovado. Y también pueden tener muy buenos resultados, que incluso se reflejen en los números del Departamento Comercial.
Porque hay cosas que no se pueden contar, pero indefectiblemente sí cuentan.
¿Y entonces qué hacemos?
La solución no es dejar de medir; al contrario, debemos hacerlo, pero poniendo a los KPIs en su lugar. Son una brújula, no un GPS. Son parte de la conversación, pero no la porción entera.
Una estrategia de comunicación efectiva es la que combina resultados cuantificables con impactos cualitativos. Es la que evalúa métricas, pero también escucha sentimientos. La que analiza los números y el contexto.
Por eso es fundamental recuperar el criterio profesional, el análisis, la intuición entrenada. Porque a veces una decisión correcta no se refleja inmediatamente en una métrica, pero sí en la evolución reputacional, en la fidelización o en la legitimidad institucional.
Comunicar es más que publicar, que sumar likes, que generar tráfico. Es construir sentido. Y eso exige una mirada que vaya más allá del rendimiento inmediato.
No todo lo que vale se mide, y no todo lo que se mide vale.
Esta cacofónica frase, que puede sonar incómoda, nos invita a pensar distinto. Medir está bien y exigir resultados también, pero no debemos caer en el error de creer que solo eso es valioso.
En comunicación, como en la vida, no todo es un número. A veces el verdadero impacto está en lo que no se ve enseguida. Los vínculos se construyen, las percepciones se modelan, las marcas se posicionan. Y todo eso lleva tiempo, coherencia y una estrategia bien pensada y planificada.
Así que atención KPIs, no les tenemos miedo. Solo queremos que se sienten a la mesa con otros indicadores menos ruidosos, pero igual de importantes.
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