No tengo la respuesta ni la solución, sí una reflexión. Según datos de la Organización Internacional de la Viña y el Vino correspondientes al año 2024, el consumo cayó en casi todos los países, y en algunos alcanzó niveles históricamente bajos. ¿Son las nuevas generaciones y sus preferencias? ¿Es la razón el auge del movimiento 0 alcohol y las campañas que lo acompañan? ¿Es una cuestión de atravesar la barrera de la edad?
Creo que nadie tiene la respuesta absoluta. Probablemente se trate de una suma de factores, cuyo resultado es preocupante para los productores y para toda la cadena de valor. La industria no se queda de brazos cruzados y responde con propuestas innovadoras: vinos desalcoholizados, de baja graduación, presentaciones en latas, diferentes formas de comercialización y estrategias de fidelización. Todos esfuerzos sumamente válidos y vitales para mantenerse vigentes.
Pero ¿qué pasa con la comunicación?
Los códigos antiguos de comunicación del vino eran bien claros, se transmitía solemnidad, cultura, sofisticación, conocimiento. Sin proponérselo, este lenguaje terminó por llevarlo a un lugar alejado y a veces hasta intimidante para algunos segmentos del mercado. De alguna manera, se instalaron creencias como que para disfrutar hay que aprender, que hay que saber identificar aromas que no conocemos, que hay que encontrar o no el roble y saber la procedencia, entre otras.
Hoy las reglas del juego cambiaron para todos. Con las redes sociales, los nuevos proyectos y un ritmo de vida distinto, nos encontramos en una etapa bisagra, en la que no solo la industria debe actualizarse desde la producción, también la comunicación debe repensarse.
Lo primero que debemos asumir es que el vino no es un producto simple, al menos cuando hablamos de vinos de calidad, porque detrás hay historia, biología, química, física, tradición, personas, estudio, tiempo y mucho cariño. Acercarlo a la gente no significa despojarlo de esa magia que hace que cada botella sea única.
Lo segundo es encontrar qué decir, cuándo decirlo, a quién decirlo. No a todos les parecerá interesante aprender sobre vinos o profundizar. Eso es válido y es tarea nuestra respetar. Pero también es tarea nuestra encontrar el ángulo en nuestras historias para atraer a la mayor cantidad posible de personas, y generar una conexión.
Este es el gran desafío para los comunicadores: aprender a transmitir toda la magia del vino con simpleza. Simplificar la comunicación, no el producto.
Personalmente, hace un tiempo comprendí que lo que me apasiona es justamente toda esa complejidad. No reniego de ella, al contrario, me enredo cada vez más. Pero el propósito en cada interacción es poder tamizar la información, la data, la historia excesiva, para encontrar puntos de contacto y conexión que muestren al consumidor la diversidad de la industria, invitándolos a explorar nuevas regiones, estilos, gamas de vinos.
Y así tal vez la gente y el vino se encuentren a medio camino. Entre esa magia que enreda y desenreda al mismo tiempo. La tarea parece simple, pero lo simple… no siempre es fácil.
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